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Fue Companys quien, en plena Guerra Civil, llenó de muertos los cementerios de su país

Ya digo que al señor Abascal le falta mucho para alcanzar el grado de iniquidad, en cuanto a racismo se refiere, que exhiben con naturalidad el señor Torra o el señor Arzalluz. No obstante lo cual, la semana pasada don Santiago manifestaba su deseo de expulsar a señores como don Pablo Echenique por su valoración adversa de España. De modo que ya tenemos ahí la huella xenófoba del aprendiz, entre los grandes saurios racistas que cruzan la península (doña Nuria de Gispert, sin ir más lejos). Lo llamativo del asunto, sin embargo, es la respuesta ofrecida por el señor Echenique a esta descabellada propuesta: "Yo soy más español que Santiago Abascal". ¡Hombre, don Pablo, otra vez no! Después de cuatro décadas de escalonar a los españoles según el grado de adhesión al régimen (españolazos, españolitos, antiespañoles, etcétera), la verdad es que uno prefiere descansar de tanta furia identitaria.

Algo así debe ocurrirle a su jefe de filas, don Pablo Iglesias, cuando dijo que no asistiría al desfile del 12 de octubre porque prefiere estar con "la gente", trabajando por "la defensa de los derechos". De lo cual se infieren dos asuntos, no necesariamente favorables al señor Iglesias: uno primero es que toda esa gente que participa y aplaude la celebración del día de la Hispanidad, y entre los que deben contarse militares, fuerzas de orden público y un cuantioso número de ciudadanos de muy diversa filiación, no forman parte de "la gente", según el refinado criterio de don Pablo Iglesias. Un segundo asunto, acaso más grave, es que "la defensa de los derechos" que menciona el señor Iglesias viene garantizada, precisamente, por esas fuerzas y cuerpos de seguridad que tanta pereza le suscitan. O dicho de otro modo, son el Ejército y las fuerzas de seguridad las que garantizan que los españoles podamos disfrutar de los discursos (todos magníficos e irrepetibles, naturalmente) del señor Iglesias.

Y qué decirle a ese diputado de ERC que ha sugerido que "si no fuera por la UE" aquí ya estaríamos fusilando a los miembros del Govern, como le ocurrió a don Lluís Companys. Si el señor Castellà gozara de cierta proximidad a los libros (por ejemplo, a la Velada en Benicarló de Azaña) sabría que fue Companys quien, en plena Guerra Civil, llenó de muertos los cementerios de su país. Muertos que, como ya supondrá el lector atento, eran malos, muy malos catalanes; y, en consecuencia, obtuvieron lo que se merecían. Pero de eso el señor Castellà no ha dicho nada.

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