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EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

El pecado original

HAY veces en que el destino se decide en un solo minuto. Un sí o un no, una respuesta inmediata o una vacilación demasiado larga, un gesto de audacia o un repentino ataque de miedo: basta una cualquiera de estas circunstancias para determinar el curso de una vida. Pasa un tren, y lo cogemos. O pasa el mismo tren, y decidimos esperar al siguiente. Y a partir de ese momento, toda nuestra vida cambia por completo.

Digo esto porque me temo que la vida profesional de Mariano Rajoy se decidió en un solo día. No sé si el dirigente del PP es consciente de ello, pero la mayoría de la población de este país sí lo es. El 11 de marzo de 2004, cuando había doscientos muertos en los trenes de Madrid, Rajoy tuvo la oportunidad de su vida. Si hubiera sido capaz de contradecir a su jefe, el obstinado y megalómano Aznar que sólo se escuchaba a sí mismo, es muy posible que el PP hubiera ganado las elecciones por mayoría absoluta. Nada une más a la población -incluso en un país tan cainita como España- que una agresión brutal que llega del exterior. Bastaría que Rajoy hubiera sabido ejercer su condición de candidato a la Presidencia, y en vez de atribuir el atentado a ETA -como se empeñó en hacer Aznar-, atribuirlo a un ataque contra toda España de los enemigos de la democracia y la libertad, y todo habría sido diferente.

Pero aquel día Rajoy se comportó como el cortesano de un rey absoluto. En vez de atreverse a decir lo que pensaba, tuvo miedo de llevarle la contraria a su jefe enloquecido. Estoy seguro de que Rajoy -que no es nada tonto- sabía muy bien que Aznar se engañaba por completo al atribuir el atentado a ETA, y que aquel ejercicio de auto-hipnotismo iba a costarle las elecciones al PP (es decir, a sí mismo). Pero no se atrevió a hablar, o no fue capaz de encontrar los argumentos adecuados para convencer a su jefe, así que Aznar acabó imponiendo su criterio -o mejor dicho, su delirio-, hasta que le puso en bandeja la victoria electoral al PSOE. Durante una emergencia nacional, no hay nada que moleste más a la población que el uso institucional del engaño.

El 11-M decidió la suerte de Mariano Rajoy. Desde entonces, todo el mundo sabe que está incapacitado para enfrentarse a una situación de emergencia. Y si llega un nuevo momento así, Rajoy volverá a esconderse, volverá a titubear, volverá a ser incapaz de encontrar los argumentos necesarios. El día que tenía que demostrar su valía, Rajoy no fue capaz de hacer nada. En el momento crítico, sufrió un súbito ataque de pánico, o de cautela, o de vacilación, y dejó escapar su oportunidad. Desde entonces carga con su pecado original, y es muy difícil que consiga expiarlo. Sólo esto explica la falta de entusiasmo que provoca, incluso entre los propios votantes del PP.

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