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DE POCO UN TODO

Enrique García-Maíquez

Ni pedante ni p'atrás

Acuenta de mi artículo de la semana pasada, he recibido algunas cartas y comentarios tachándome de pedante. Acostumbrado a ser considerado frívolo desde mi más tierna adolescencia y, siendo un hirsuto defensor del coloquialismo en literatura, las protestas han supuesto una novedad, refrescante en lo personal, muy inquietante, sin embargo, en lo social.

Tengo la certeza de no haber cambiado demasiado y, como es natural, lo lamento de veras. Cuánto me gustaría haber adquirido de pronto una cultura vasta y despampanante. En realidad, ocurre lo que explicaba Jünger: "Asombroso: este conocido mío, que otrora había sido progresista, parece haberse vuelto reaccionario. Pero él ha cambiado poco; la decadencia lo ha perfilado. Por eso se alza sobre el nivel como un escollo en la bajamar".

No es que yo fuese alguna vez progresista, que no. Lo análogo es el mecanismo. El nivel cultural está decayendo tan estrepitosamente que cualquiera que no reniegue de sus estudios de BUP terminará sobresaliendo como un polígrafo montañés. Si en vez de nombrar, como hice, al IX duque de Aquitania, el trovador Guilhem de Peitieu, hubiese dedicado una columna a Chiquilikuatre, todos me habrían reído la gracia.

En el fondo, no vengo a hablar de mí, sino de algo aún más grave: de la España actual. Uno espolvorea sus artículos de palabrotas y lo nombran de la Real Academia de la Lengua, como a Pérez Reverte. Meditemos un momento en el triste destino de Trillo-Figueroa, que en tiempos menos bajunos habría pasado a la historia quizá por citar a Shakespeare en el momento adecuado, mientras que aquí es el tío aquel del rotundo "¡Manda huevos!" Se acabaron los eruditos a la violeta: ahora la gente sólo imposta una morada ordinariez.

De seguir así, cualquier texto sin faltas ortográficas se percibirá como un culteranismo insufrible. Proliferan políticos sin estudios, como si una carrera universitaria fuese un estorbo para una íntima comunión con los administrados. Por lo visto, el saber ocupa lugar y puede dejarte fuera de ídem a la primera de cambio.

Antes, cuando un profesor usaba una palabra desconocida, uno o se la apuntaba para buscarla después en el diccionario o la preguntaba, levantando tímidamente la mano. Ahora los alumnos protestan con ásperos aspavientos: "¡Hala, hala, qué dices!" Y los alumnos son un reflejo inocente de la sociedad. Algunos mayores de edad perciben como una provocativa chulería del columnista que éste escriba algo que a ellos no les suene de la tele. Lo rentable sería agacharse, pero yo no daré un paso atrás. Qué inesperado placer verme acusado de pedante y exquisito, oh.

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