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las dos orillas

José Joaquín León

El penúltimo en enterarse

NO se hablaba de otra cosa en los últimos días. Que le van a dar un homenaje a Julio Cuesta, al jubilarse como director de Relaciones Institucionales de Heineken España (aunque seguirá como presidente de la Fundación Cruzcampo). Pero que se lo van a dar sin que se entere él, como una sorpresa. Eso era lo más bonito y lo más difícil, pues nadie sensato podía imaginar que él fuera el último en enterarse y que no se diera cuenta hasta el mismo momento de empezar. Y no ya porque Julio está al tanto de casi todo lo que hay en Sevilla. Es que además lo podía fastidiar el típico amigo indiscreto que le diría: "Julio, nos vemos el jueves en el homenaje sorpresa que te van a dar". Poner de acuerdo para un secreto a tropecientos en Sevilla no es nada fácil. Y hasta con el arzobispo Asenjo entre los asistentes al secreto, como si fuera un secreto de confesión. Y con los propietarios de muchos bares sevillanos, como si fuera un secreto ibérico.

Hay secretos para todos los gustos y, al parecer, coló. Fue bonito y emotivo en plan inocente, inocente del todo. Pero escribo en favor de Julio Cuesta que no fue el último en enterarse, como la chirigota del Yuyu, que ganó su Baluarte del Carnaval, sino el penúltimo. Pongamos que el último fue uno que pasó por delante de la antigua Cruzcampo, y al ver el jaleo de los tropecientos que había allí aquella noche, le preguntó al vigilante qué celebraban. Y ahí fue donde le dijeron que era un homenaje a Julio Cuesta; y el otro contestó: "¡Ah, pues no me había enterado!". Siendo así el último, o el único quizá.

En este homenaje quedó muy claro el afecto que tantos sevillanos le tienen a Julio Cuesta. En la velada se plantearon sugerencias diversas, como cambiar al Gambrinus de Cruzcampo por la imagen de marca del propio Julio Cuesta (otra opción alternativa sería disfrazarlo a él de Gambrinus). O como ofrecerle la presidencia del Consejo de Cofradías y/o del Ateneo, sin necesidad de que decidiera presentarse (obsérvese el matiz). También oficializarle el apellido para que se quede como Julio Cuesta de la Cruzcampo. Y se recordó que fue Eduardo Osborne quien apostó por él; y que es él mismo quien ha apostado por la Cruzcampo, al punto de convertirse en un hombre tan marcado por la marca (y a mucha honra, de eso se trataba).

Lo que más me gustó es que aquel acto se viera como una reunión de amigos, con broma inclusive. Que no, que no era una despedida. En presencia de su esposa, Carmen María Pérez-Rivero, y de sus tres hijos, que contribuyeron al juego, más que un homenaje fue como el cumplimiento de la parábola de los talentos: quien ha dado mucho, mucho, recibe todo. Hasta una camiseta del Betis, que le entregó Gordillo. Y se la puso, lo más increíble.

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