Lo peor de lo peor

Nos espera una hecatombe que vamos a afrontar con la peor clase política que hemos tenido en 40 años

Vista la esperpéntica moción de censura del miércoles pasado, es muy difícil ser optimista; mejor dicho, es imposible ser optimista. Este país -un país tan neurótico que ni siquiera nos atrevemos a nombrarlo por miedo a cometer no se sabe qué infracción moral- se va directamente hacia el abismo. Nos espera una hecatombe económica y una catástrofe sanitaria que vamos a afrontar gobernados por la peor clase política que hemos tenido en los 40 años de democracia. Y aquí, lo siento, no se salva nadie. La moción de censura de Vox -con absurdas referencias a Soros y a la mafia narco-socialista y al levantamiento del 2 de mayo- es una muestra de peligrosísima retórica incendiaria (y además impotente) que sólo sirve para inflamar los ánimos. Pablo Casado, por su parte, intenta encontrar a la desesperada un hueco donde situarse. Y por último, Inés Arrimadas ya no sabemos muy bien para qué sirve.

Y por el otro lado, a la izquierda -y gobernando-, tenemos a Napoleón Primero el Narciso (o Narciso Primero el Napoleón, como prefieran), un personaje que habla de sí mismo en tercera persona y que no concibe que nadie pueda hacerle sombra. Y peor aún, ahí está su ayudante, el vicepresidente Iglesias, ese adolescente intoxicado por la ideología que se pasa la vida viendo series de televisión en tiempos de la peor crisis económica y sanitaria que hemos conocido. Y por si fuera poco, sosteniéndolos, están los nacionalistas periféricos que manejan el cotarro con un puñado de votos, mientras esperan como hienas que nuestro país se vaya al carajo para quedarse con los despojos (sin saber, idiotas, que sus mimados territorios también se van a convertir en despojos).

En pocas palabras, el espectáculo -porque en el fondo no es más que un espectáculo- es desolador. A derecha e izquierda, los políticos se comportan como adolescentes incapaces de entender que hay algo imprescindible para un país y que eso se llama "bien común". Todos parecen más preocupados por sus cuentas de Twitter que por la gente que lo está pasando muy mal. Y todos, en fin, parecen ignorar que gobernar un país en ruinas exige responsabilidad, sentido del Estado, generosidad, pragmatismo y altura de miras. En estas condiciones, es un milagro que la gente se levante a las seis de la mañana para enfrentarse a una realidad terrible.

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