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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La perdida memoria de los días

Los monumentos han perdurado. Los comercios, bares, cines, teatros o mercados, no

La vida, antes, fluía más despacio. El tiempo se llevaba por delante cuanto podía, como siempre, lo primero las vidas de estos frágiles seres que somos. Pero se oponían a su corriente los monumentos que sobrevivían a los siglos y los referentes de la vida cotidiana que enlazaban generaciones. Y a la unión de ambos en un tejido urbano reconocible le llamábamos la ciudad. Los monumentos daban una ilusión de eternidad. Los comercios, bares, cines, teatros o mercados daban continuidad a la vida cotidiana, algo a lo que agarrarse en el río del tiempo que a todos nos arrastra. Los primeros han perdurado. A la mayoría de los segundos se los ha llevado la corriente. Gana la historia, pierde la vida.

Mi generación vio películas en los cines en que las habían visto sus abuelos y sus padres, tomó café o tapeó en los bares en que ellos lo habían hecho, asistió a representaciones en los mismos teatros, compró en los comercios y mercados en los que ellos habían comprado. Y eso producía una reconfortante sensación de continuidad. La vida parecía fluir con más lentitud. La canina infame hacía su trabajo, naturalmente; pero los cines, bares, teatros, mercados y comercios continuaban. Un día esa tienda de toda la vida no levantaba el cierre, sobre el que se colocaba la cartela de "Cerrado por defunción". Pero al día siguiente o al otro volvía a abrir, con la viuda o la hija enlutada, el viudo o el hijo con un botón negro en la solapa o una cinta negra en la manga, tras el mismo mostrador. Y la vida seguía.

Los Camino-Peyré vivió de finales del siglo XVIII a finales del XX; el San Fernando, de 1847 a 1973; el mercado de la Encarnación, de 1842 a 1973; Pascual Lázaro, de mediados del XIX a 1998; Casa Damas, de 1903 a 2002; Casa Marciano, de 1928 a 1991; el Llorens, de 1915 a 1982… Fueron cayendo uno tras otro, y con ellos muchos más. Y la vida cotidiana fue arrastrada por un tiempo sin agarres, por una marea sin anclajes… Nos quedan Casa Morales de 1850, El Rinconcillo de 1858, continuador de la taberna 1670; la papelería Ferrer de 1856, el Cervantes de 1873 -que sigue cerrado-, La Campana de 1885 o Maquedano de 1896, por citar algunos heroicos supervivientes del XIX. Estos, y otros comercios históricos, son monumentos. Y como tales deben ser tratados para que nuestros hijos y nietos tengan siquiera un referente de cómo se vivió el día a día en Sevilla y los más viejos, espejos en los que reconocernos.

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