José Ignacio Rufino

¿Dónde está mi perdiz escabechada?

Anuestro probo empleado, las pasadas navidades su empresa le regaló una cesta en la que no faltaba la lata de perdiz escabechada, además de una botella de un licor de whisky marca Traileys, un bote de imprescindible melocotón en almíbar y un lotecito de chacinas y vinos valencianos. Envuelta en celofán, la cesta fue recibida con júbilo por toda su familia, y con una sonrisa algo quebrada por los vecinos que, envidiosillos, lo vieron llegar a la urbanización y bajar del coche con parsimonia, ostentado con legítimo orgullo el llamativo trofeo laboral. Su sentimiento de pertenencia y lealtad a la empresa se vieron reforzados una barbaridad, cosa que venía sucediendo desde hacía ya bastantes años, en los que los regalos de empresa habían encontrado su edad dorada. Este año, para su desencanto e incluso intranquilidad, una mañana de diciembre encontró encima de su mesa un pisapapeles de diseño imposible, una especie de poliedro de metacrilato con el logo y la razón social de su empresa. Ése, y un boli de madera, fueron todo el regalo, que llegó simultáneamente con un email del director. En un tono ciertamente poco navideño, éste le pronunciaba la consabida letanía de que la cosa está más que regular y que todos teníamos que apretarnos el cinturón. La coyuntura y las perspectivas económicas han movido a muchas empresas a adoptar este tipo de recortes en unos presentes quizá no bien ponderados. Sin duda, puestos a recortar, era una partida señaladísima.

Las vacas gordas traen alegría, manga ancha, relajación con los costes, liberalidades... y opíparas cestas de Navidad, que llegan a ser "un mínimo", algo esperado, y no algo excepcional. Se crean así precedentes, que al desaparecer dejan el amargo regusto de que te quitan algo tuyo, además de insuflar en los corazones del personal la sensación de inseguridad, si no de ser una especie de pavo navideño más. Pero, en la otra parte, existe todo un mercado de producción, distribución y consumo realmente importante para lo que podríamos llamar economía de cercanía, damnificado directísimo de la algo histérica sensación de malestar colectivo. En Andalucía, se valora en casi un veinte por ciento la reducción del gasto medio en regalos navideños por parte de las empresas. Sin embargo, es mucho mayor la reducción de la parte dedicada a agasajar a los empleados que la de la destinada a regalos de empresa. Cambiamos reconocimiento y motivación por briega de marketing. Las cenas de fraternal clima laboral, por su parte, han pasado del pescuezo al escote. (Por cierto, ¿dónde está la crisis en los precios de las cenas de compañeros de trabajo? Gran misterio: se sigue dando segunda clase a 50 euros o más por barba, en una alucinante perversión de las economías de escala; más comensales, menos calidad y peor servicio.)

La tropa consumidora, por su parte, ha rebajado menos sus perspectivas de gasto. Se habla de un ocho por ciento en nuestra región, aunque el dato fiable habrá que verlo en la rampa de enero. Por ello, las rebajas se van a adelantar a la primera semana del año, en vez de intentar el comercio aprovechar la vorágine de regalos de procrastinadores que pagan más y -encuentran menos- a ultimísima hora. A muchos ha sorprendido que sea la propia Junta de Andalucía la que ha debido, excepcionalmente, autorizar al comercio a utilizar el nombre y las prácticas de las rebajas en la época en la cual, precisamente, suele comprarse todo más caro. Pero es a la Junta a la que corresponde dicha autorización solicitada por unos comerciantes que resoplan con zozobra ante el futuro. Desenfundemos con alegría la cartera y la tarjeta.

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