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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El perdón de Susana

Ella, tan amante de lo público, pasó una vez más de la RTVA y se fue a un plató privado de Madrid

La petición de perdón es siempre un acto honorable que implica el reconocimiento de culpa y, se supone, un compromiso de reparación. El mismísimo Rey pidió perdón en su día con un comentario que llevaba el barniz de la más hermosa inocencia de un niño: "Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir". Hemos visto pedir perdón desde a los pontífices romanos hasta a los entrenadores de fútbol. Tienen en común los ejemplos referidos que se trata de personajes que piden perdón cuando están en lo alto, en el poder, en el cargo, en el machito. Unos piden perdón por sus actos, otros por los despropósitos ajenos. Unos lo piden con el corazón, otros con la boca chica. Unos suplican la disculpa por convencimiento personal, otros por mera estrategia de supervivencia. Esta semana hemos presenciado cómo Susana Díaz ha pedido perdón por el caso de los ERE. La sentencia salió en Sevilla el martes. Ella compareció por primera vez el jueves y lo hizo en Madrid. En los días de espera echó por delante a dos banderilleros que capotearon el toro como pudieron: un circunspecto Juan Cornejo y un crío nervioso como Carmelo Gómez. Susana apareció en el tercer lugar de las comparecencias de socialistas andaluces. Por supuesto pasó de la RTVA, como ya hacía cuando era presidenta de la Junta de Andalucía, salvo para los infumables discursos de Nochevieja porque no tenía más remedio. Ella, que es tan amante de lo público, se fue al plató de una televisión privada. Antes los periodistas capitalinos pedían audiencia en San Telmo, ahora es ella la que debe coger el AVE. En Madrid intentó una verdadera maniobra de ingeniería: quedar bien con los condenados Chaves y Griñán, y presentarse al mismo tiempo como alguien ajeno a la corrupción de los ERE. Susana vive su particular cuaresma en la que suena al órgano el Perdón, oh Dios mío entre nubes de incienso y muestras públicas de arrepentimiento. No se engañen. Ella pide perdón porque quiere quedarse. Vive sus días de penitencia porque pretende redimirse, al igual que sale en las páginas del Vanity Fair porque necesita limar las aristas de un carácter implacable, conocido y sufrido por la familia socialista. La gran verdad de la política es que todo es mentira. Quien quiera comprar la mercancía está en su derecho de hacerlo. El que quiera adelantar la celebración del día de los Santos Inocentes puede hacerlo sin mayores cortapisas. ¡Viva la libertad!, que dijeron en Cádiz en 1812. Jamás se olvide que Su Majestad pidió perdón y abdicó. Y al hacerlo salvó la Corona de su peor momento. La reina del socialismo sureño se aferra al trono. La corte cada vez habla menos y cuchichea más. El incienso nubla la vista de los pocos que siguen atentos a las notas del órgano.

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