ENRIC González, ocasional crítico de TV de El País tras la jubilación de Eduardo Haro Tecglen, acaba de publicar sus memorias como periodista. Me las he bebido en dos tragos. Imprescindibles para conocer la densa biografía de un periodista de raza y de las trastiendas del grupo Prisa. De los numerosos datos que aporta, citando muchos nombres y no pocas anécdotas de enjundia, tras la primera lectura me quedaron grabadas tres cuestiones que, sin ser las más relevantes, me sirven para siluetearle. Datos que desconocía y que me parecen muy reveladores, por orden: que de muy joven perdió a una hija, que sufre claustrofobia (ese fue el motivo esgrimido para rechazar el cargo de crítico de cine al sentirse incapaz de frecuentar las salas oscuras), y que en el momento de su retiro voluntario como trabajador del diario, a finales de 2012, ingresaba una nómina de casi 7.000 euros mensuales.

Sin ser los más relevantes, insisto, y comprendiendo que a lo largo de estas memorias que atrapan como un imán existen cuestiones de más enjundia, en mi inconsciente se han quedado adheridos estos tres datos porque por sí solos son capaces de condicionar una vida, personal y profesional, repercutiendo transversalmente en cualquiera de los actos cotidianos.

Nunca he tenido una hija, pero imagino que perderla tiene que hacer tambalear una existencia y relativizarlo todo. Soy claustrofóbico de libro, y sin embargo no ha habido un año en que no haya pasado mis trescientas tardes en una sala. Peor sé cuánto se sufre por ser incapaz de subir a un avión . No creo que se pueda ser corresponsal en Nueva York, Roma o en Jerusalén sufriendo claustrofobia. Y cobrar un salario de casi siete mil euros es una cantidad que a duras penas logro en un año.

Enric comenta con la sorna que le caracteriza cómo, durante el par de años que ejerció de crítico televisivo, vio mucha más TV de la que se podía presuponer leyendo sus columnas, a pesar de que se pudiese pensar lo contrario, a tenor de los contenidos escasamente televisivos mostrados en las mismas.