hoja de ruta

Ignacio Martínez

El perjuicio de la duda

ES difícil ponerse en la cabeza de un terrorista. Un asesino múltiple, fanático de alguna causa que pudo ser noble en su origen, que no conoce siquiera a su víctima. Pero no duda en matar, torturar, secuestrar, extorsionar, amenazar. Los terroristas no son personas normales por muchos motivos, pero uno de los más inquietantes es que no dudan nunca. Están en posesión de la verdad absoluta. Sin asomo de duda, Ben Laden mató a tres mil personas en Nueva York en 2001, a doscientas en Bali en 2002 y en Madrid en 2004, a cincuenta en Londres en 2005. Seguro que el líder de Al Qaeda no sintió remordimiento alguno. Al contrario, satisfacción; felicidad incluso.

Los seres humanos sí dudan. Entre la cabeza y el corazón, los escrúpulos les provocan malos ratos. Por ejemplo a Llamazares, contrariado por la expeditiva ejecución de Ben Laden. Esta es una práctica rechazable que Israel gasta con los dirigentes de Hamas que localiza: tiran bombas contra sus viviendas y matan a todos los vecinos. El dirigente de IU habla del derecho internacional humanitario. La conciencia nos dicta el camino más recto, aunque el sentido práctico nos diga que en este caso los americanos han hecho muy bien en el asalto, muerte y eliminación del cadáver. No parece una injusticia.

Entre la cabeza y el corazón se debaten los políticos españoles sobre la presencia de los antiguos seguidores de ETA en las elecciones. No es un asunto fácil; por eso ha producido un ajustado resultado de nueve a siete en las votaciones del Tribunal Supremo. Todavía ayer el lehendakari López ha dicho que no cree que EA o Alternatiba sean instrumentos de la banda terrorista vasca. Es un acto de fe. Lo cierto es que han facilitado la presentación electoral de quienes hasta hace poco sentían satisfacción, felicidad incluso, ante los crímenes etarras.

Nadie tiene la certeza de que sea sincera la voluntad de luchar por sus ideas por la vía democrática y tampoco nadie está seguro de que no nos vayan a engañar como cuando se presentaron como ANV o Partido Comunista de las Tierras Vascas. Y entre quienes dudan está Urkullu, presidente del PNV, que hace una semana advirtió a la llamada izquierda abertzale que como ande con engaños la sociedad vasca les va a pasar por encima. Urkullu en realidad le pedía al Gobierno, a la oposición, a una clara mayoría de la sociedad española, que creyeran en una buena voluntad del entorno de ETA de la que él mismo no está seguro.

Demasiado para quienes en el último medio siglo han sido testigos de la matanza de mil personas. Los asesinos múltiples, fanáticos de una causa que dejó de ser noble por su actuación, tendrán que entregar las armas y disolverse si pretenden que sus amigos sean aceptados entre los demócratas. De momento padecen el perjuicio de la duda. Le hemos dicho adiós a Ben Laden, pero todavía no a ETA.

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