Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

El perro del hortelano

EN algún momento terminará este culebrón sin sentido en el que se ha convertido la política española desde hace ya más de medio año. Terminará porque los niveles de vergüenza propia y ajena están ya a una altura insoportable y hemos rebasado con creces los límites tolerables del ridículo. Pero pase ya lo que pase, dure esto semanas o todavía meses, el espectáculo está dado. Nunca, a pesar de todo lo que ha ocurrido en España durante las últimas décadas -tracen un recorrido histórico desde la fuga de Roldán a la destrucción de los ordenadores de Bárcenas-, la política había tenido una consideración tan baja entre el común de la gente. Lo pueden decir las encuestas del CIS, pero seguro que también lo percibe si pega la oreja en el bar de su lugar de vacaciones o inicia una conversación con sus compañeros de trabajo. En la ciudadanía se ha instalado la sensación -algo más que la sensación- de que España les importa muy poco a los que le hemos dado en dos elecciones sucesivas el mandato de que la gestionen y la saquen adelante. Esta semana, que debería haber sido clave después de Rajoy aceptara el encargo del Rey, se cierra en blanco. El acercamiento a Ciudadanos es un clavo ardiendo al que se agarra el presidente en funciones porque a algo hay que agarrarse, aunque sea para desviar la atención de si finalmente va a comparecer o no en el Congreso.

Pero de todos los disparates que se están viendo, el que más llama la atención quizás sea el de la actitud adoptada por el secretario general socialista. Pedro Sánchez, como el perro del hortelano, ni come ni deja comer. Se ha enrocado en la actitud que menos le conviene al país, la de dejar pudrirse la crisis institucional. Olvida que representa a la fuerza política que más tiempo ha sostenido la democracia en España y que ha simbolizado los intereses de un amplio sector del electorado que se apuntaba a las recetas de una socialdemocracia avanzada de corte europeo. Parece dispuesto a tirar todo lo hecho por la borda. Está demostrando una pérdida absoluta del sentido de Estado y también de lo que le conviene estratégicamente a su partido. No hay que ser muy mal pensado para concluir que todo eso lo hace porque ha antepuesto intereses personales, que miran más a próximos movimientos dentro de su partido, por encima de su obligación de sacar a España del agujero en el que cada día que pasa está más enterrada.

Una mínima noción del sentido de Estado le llevaría a plantearse que hay que dar un Gobierno a España a la mayor brevedad posible. Hacer cuestión a estas alturas de la dicotomía entre derechas e izquierdas, cuando las derechas a las que se refiere están poniendo en cuestión la propia unidad de la nación, es una muestra alarmante de inmadurez política. Una visión estratégica de lo que le conviene al PSOE le llevaría a convertir en una fortaleza la debilidad de los poco más de ochenta diputados obtenidos en el peor resultado que nunca ha logrado su partido. Con esos escaños podría condicionar las políticas de un Gobierno en minoría y obligarlo a pactarlo todo. Podría incluso determinar a su conveniencia la duración de la legislatura. Sin embargo, los planes del dirigente socialista parece que van por otro lado: el de jugar la carta del fracaso de Rajoy para volver a quedar como alternativa, algo que pertenece más al mundo de la fantasía que al de la realidad.

Desde la salida de Felipe González el PSOE ha ido dando tumbos en su liderazgo y también en su proyecto. Pero siempre, incluso en los momentos más complicados de Rodríguez Zapatero, había mantenido unos niveles de compromiso con el país que ahora parece que han saltado por los aires. Es urgente que los socialistas se tomen en serio lo que les está pasando.

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