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Contra el pesimismo

Necesitamos gestores más eficaces y una sociedad más preocupada por los problemas que verdaderamente importan

Quien más, quien menos, anda mirando de reojo el final del verano, aunque apenas se han consumido dos terceras partes del mes de agosto, y los colegios (auténticos terminales de la época estival) no abrirán sus puertas en tres semanas. Pero hay ciertos detalles que siempre por esta época nos anuncian lo inevitable: el acortamiento progresivo de los días; el sorprendente espacio para aparcar que encontramos en las playas, cuando hace dos días era imposible siquiera hacerlo en segunda fila; las reservas canceladas de los restaurantes por esos madrileños, tan impacientes como previsores, que inundaron las agendas hace meses a golpe de internet… Hasta la liga de fútbol se nos ha hecho presente de pronto y casi sin avisar, dispuesta a hacernos más duro si cabe (a unos más que a otros, me dirán) el regreso a la rutina.

Pero este año parece marcado por una percepción pesimista, casi fatalista, de lo que nos viene encima, como si el final del verano fuera una valla sobre la que no queremos si siquiera asomarnos, y al otro lado solo nos espera la gran debacle que muchos no hacen si no augurar. Solo hay que echarle un vistazo a los periódicos del día, o asomarnos un rato al telediario de la tarde. ¿Cuánto hace que no leemos o escuchamos una buena noticia? Hasta el Gobierno más optimista de la historia ya nos ha advertido que la anunciada recuperación viene con retraso, y los principales indicadores económicos sitúan el coste de la vida a unos niveles difícilmente asumibles para una ciudadanía cada vez más desesperanzada. Añádanle la inquietud global ante las andanzas de Putin y su relación con los nuevos gigantes asiáticos, la decreciente influencia de los EEUU y el discreto papel que juega la Unión Europea y tendrán un escenario bastante aproximado a una hecatombe.

A pesar de todo, yo quiero ser optimista. O mejor dicho, como eso es casi imposible, al menos me resisto a enrolarme en las filas del pesimismo. Comparado con otros, seguimos siendo unos privilegiados. Con todos sus problemas, tenemos acceso a los principales servicios, contamos con buenas infraestructuras y tenemos un sistema institucional sólido a prueba de sobresaltos. Ha habido, lo dice la Historia, tiempos bastante peores, y de todos se ha salido. ¿Saldremos de esta? Naturalmente que sí. Pero para ello será necesario gestores más eficaces y una sociedad más preocupada por los problemas que verdaderamente importan.

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