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RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez-Azaústre

Los pesimistas

DESPUÉS de la resaca electoral, después de este cansancio acumulado de palabras y bosques de palabras, esta semana es santa de verdad, y doblemente santa, a la manera laica, a la cristiana, creyente y no creyente, ferviente y sensorial, porque otra santidad ya se ha hospedado en las cuencas dormidas, en las cuencas llorosas de hartazgo y desapego después del atracón de vituperios, mensajes y collejas. La política, ahora, tiene más de colleja acelerada que de puro mensaje, y es una mezcla aciaga de hartazgo y desapego, pero también la fiesta de lo exacto. La política, hoy, es la consumación del menos malo, que no suele estar lejos del peor. Quizá por esto algunos han entronizado ya el discurso de la desilusión ante el sistema, del dramatismo por el bipartidismo, de la injusticia de que el voto quizá poco ilustrado valga lo mismo que el de un catedrático.

Sin embargo, afortunadamente, la política es fiesta de lo exacto, y por eso todos los votos, los instruidos en Ciencias Políticas y los que eligieron además a Rodolfo Chikilicuatre, tienen el mismo, idéntico valor. La política, su medianía como norma por sistema, es la excusa perfecta para los pesimistas vocacionales, que han profesionalizado su discurso de la inacción profunda y con cimientos, de la crítica profunda desde la pasividad rotunda, rizado en la obviedad como un descubrimiento de la moral científica. Razones de tristeza hay tropecientas. De una indignación, un millón más. Pero estos días se ve, sobre la barra y fuera de la barra, a la vista del resultado electoral, del resultado eurovisivo y de cualquier resultado en general, cómo el pesimismo profesional, vocacional, sentido y hondo puede así nutrirse de nosotros, lanzarse hacia el futuro como un fardo capaz de lastrar vivo hasta al globo aerostático de Verne, de hundir el submarino de Cousteau o de cortar las alas al ángel de Red Bull.

Tengo buenos amigos pesimistas, y la verdad es que el pesimista nace, pero también se hace. Parten del principio del vacío, del para qué voy a intentar nada, si todo está torcido hacia el desastre brutal, como aquellos escritores de mediados de los noventa, en cualquier bar literario y juvenil, que detestaban el hecho de escribir porque decían que todo estaba escrito, y además criticaban a quienes lo intentábamos. Hay, en todo esto, una ingenuidad adolescente, un cierto malditismo provincial después perfeccionado en el vacío. Son los tipos cenizos que lo critican todo, que tienen la ternura o pubertad de una idealidad frente a la vida que les niega enfrentar este barro de vida, su fracaso y su desesperación. A pesar de Rodolfo Chikilicuatre, que no ha sido votado por anarco, lo que sería magnífico, sino porque la gente de verdad tiene el gusto ahí, en el Chikilicuatre, o del bipartidismo, la vida puede ser maravillosa.

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