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La esquina

josé / aguilar

También pierde el nacionalismo

NO hay mal que por bien no venga. El refrán, que creo mal expresado pero se ha impuesto tal cual, viene bien para la situación política a la que se encamina el país. Si se confirma el fin del bipartidismo, será una mala noticia para los dos partidos que se han turnado en la gobernación de España, pero quizás sea buena para España. Está por ver.

Sería buena noticia al menos en dos sentidos. Uno, porque la competencia entre cuatro formaciones políticas con un respaldo popular comparable (PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos) y sin que ninguno aplaste en votos a los otros resultará más representativa de una sociedad compleja y plural como la española y hará obligatorios los consensos y pactos que toda crisis requiere. Dos, porque restará poder a los nacionalistas, sean vascos, catalanes o de cualquier otra comunidad.

Si las urnas inminentes y las del medio plazo (generales, las más importantes) ratifican que el 80% aproximadamente de los votantes concentran sus miras en estas cuatro organizaciones, será posible que el Gobierno de la nación se sustente sobre dos o tres de estos partidos -con coaliciones de gobierno, pactos de investidura o acuerdos de estabilidad-, sin que ninguno tenga necesidad de echar mano de los partidos nacionalistas a fin de componer mayorías suficientes para controlar Congreso y Senado y gobernar con tranquilidad.

Ahora bien, con el sistema bipartidista reinante hasta ahora lo que ha ocurrido es que cada vez que PSOE o PP no han alcanzado la mayoría absoluta siempre han tenido que aliarse con PNV o CiU, y siempre han pagado el peaje correspondiente, en forma de sistema de financiación, IRPF, leyes, inversiones públicas y otras concesiones, algunas de las cuales han sido claramente contrarias a la igualdad de las comunidades autónomas y los españoles. Por decirlo más brusca y literalmente: tanto Felipe González como Aznar y Zapatero tuvieron que someterse al chantaje de los nacionalistas. Y no de nacionalistas cualesquiera. De nacionalistas que trabajan, con más o menos perentoriedad, por la independencia de sus territorios.

De modo que con cuatro partidos medianos -y nacionales- en liza en lugar de dos grandes, los nacionalismos quedarían reducidos al nivel de partidos regionales, quizás decisorios y gobernantes en sus comunidades, pero con mucho menos influencia en el conjunto de España. ¿Sería o no sería una buena noticia?

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