Fernando Mendoza / Arquitecto

pilar de la restauración del Salvador

EMPECÉ a oír hablar de don Carlos Amigo en conversaciones con el pintor Fernando Zóbel de Ayala, quien profesaba una gran admiración por este fraile franciscano, lejano pariente político suyo. También tuve noticias de su personalidad por amigos comunes de Tánger, ciudad en la que creó una profunda huella. Fuimos presentados en el Monasterio de la Cartuja en el año 1991, cuando don Carlos ofició una misa mozárabe como consagración de la Capilla del Capítulo y yo estaba terminando el Pabellón Real de la Expo '92.

Mi relación más próxima con don Carlos se remonta al año 2003, en el que la caída de una piedra en el altar de la Virgen del Rocío obligó al cierre de la Colegiata del Salvador. Don Carlos, apesadumbrado pero realista, firmó el cierre del templo sin vacilar, a pesar del incierto futuro de las fondos para la restauración de la segunda iglesia de Sevilla. Poco a poco, gracias entre otras cosas a su acierto en el nombramiento de nuestro querido Juan Garrido Mesa como responsable del templo, se fue aclarando el panorama y las obras comenzaron. Desde entonces, don Carlos visitó el templo con frecuencia y puntualidad británica, siempre acompañado de la entrañable presencia del hermano Pablo. Su apoyo e interés nos pusieron de manifiesto la humanidad e inteligencia que siempre ha derrochado, fino humor, optimismo vital y la capacidad, siempre difícil de encontrar, de intentar comprender todas las actitudes personales.

Don Carlos se implicó totalmente en la obra como un reto y un legado a la ciudad. Sus gestiones, en los momentos difíciles, fueron fundamentales para mantener las obras en marcha y los ánimos que transmitió a todo el equipo técnico y a los trabajadores infundieron confianza y optimismo. La muerte de Juan Garrido, casi un año antes de terminar la restauración tuvo un gran impacto en la ciudad, en la que era conocido y querido. Las palabras de consuelo de don Carlos en su funeral para familiares, amigos y trabajadores de la obra, pusieron de manifiesto su fe cristiana y calidad humana. El nombramiento de don Francisco Ortiz como rector del templo garantizó la continuidad del proceso. Afortunadamente, entre todos, conseguimos los objetivos que habíamos marcado desde el principio: una restauración integral que abarcó el edificio, sus retablos y colecciones artísticas para una utilización compartida entre el culto religioso y la cultura.

Don Carlos Amigo termina su mandato como arzobispo de Sevilla, pero no nos deja. El gran patrimonio espiritual y humano que ha construido en nuestra ciudad lo ha convertido en un gran sevillano y aquí permanecerá para siempre en los corazones de quienes hemos tenido la suerte de conocerlo.

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