Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El pinchazo del violador

Se trata de un crimen que, una vez probado, debería penarse sin ambages y con gran dureza y ejemplaridad

Aunquetodavía no hay ningún hombre identificado ni detenido por la última noticia que amarga el verano, los pinchazos a mujeres en discotecas, fiestas locales de desfase masivo, festivales musicales y bares de copas nocturnos parecen proliferar, y los casos salpican el mapa de España con el ritmo de un brote pandémico. No sólo de España: de hecho, es un fenómeno importado del Reino Unido, y el término Needle Spiking -pinchazo de aguja- fue acuñado antes de que aquí llegara lo que parece ser una nueva muestra de que la especie humana se pudre con el cómplice necesario del grandioso timo de la globalización, internet. Debemos ser cautos hasta que sepamos con certeza que hay gente que sale de copas pertrechado de jeringuillas cargadas de droga para abatir la voluntad de una chica y violarla. No se ha encontrado aún tal droga en los análisis realizados a las chavalas que acudieron a un hospital por esto. Pero sí hay evidencias de pinchazos.

Que hay tipos que perpetrarían tal estrategia de violación no cabe ponerlo en duda. La llamada burundanga rula por los garitos de mayor desfase horario y etílico. Como sabemos ya bien, se trata de una sustancia que anula la voluntad de quien la consume y le provoca una amnesia completa posteriormente. En un momento de despiste de la víctima, el agresor vierte el líquido de marras en la copa de ella, finge ayudarla ante su indisposición, la aísla y la viola. No es tan nuevo. En un centro deportivo de lo más decente, hace unos 15 años, conocí a un tipo ya talludo, coleccionista de matrimonios y conquistas en copa de balón, que alardeaba de disponer de burundanga, y de hecho decía haberla utilizado en sus cacerías de hideputa. La ofrecía y todo, el tío, a un módico precio, junto un arsenal que incluía píldoras de viagra -que empezaba a democratizarse entonces- y, por supuesto, suplementos dopantes para vigoréxicos. En este contexto, la pastilla azul es tan nociva como una gominola, cabe puntualizar. Nada que ver con un crimen que, una vez probado, debería penarse sin ambages y con gran dureza y ejemplaridad, un delito no muy lejano al que se da en llamar homicidio en grado de tentativa, diría un lego jurídico como quien suscribe.

Con todo, sería desolador que sólo fuese una moda más, una práctica que, como tantas otras en estos tiempos de interconexión, inmediatez y fugacidad, muestra a las claras que los humanos corremos serio riesgo de convertirnos en gilipollas en pocos años. Y en canallas, si encima nos mueve la calentura que provoca el ir hasta las trancas de todo, una noche de fin de semana.

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