antonio montero alcaide

Escritor

Un piso en la torre del oro

Un sabio judío decía que el apetito carnal oscurece el entendimiento y nubla el raciocinio

Las hermanas Coronel, Aldonza y María, hijas del ajusticiado don Alfonso Fernández Coronel, en 1353, por opuesto al rey don Pedro y beneficiado de doña Leonor de Guzmán, la concubina de su padre, despertaron la siempre en vela lascivia del rey en su correrías por Sevilla, del Alcázar a la Torre del Oro, sin prestar respeto tampoco a los conventos. Cuenta la leyenda que don Alfonso Fernández Coronel, antes de morir ante el valido don Juan Alfonso de Alburquerque, dijo: "Don Juan Alfonso, ésta es Castilla, que hace a los hombres y los gasta", como epitafio de palabras postreras. Pero el rey don Pedro, que solía combinar amores y odios en mudadizas alianzas, dio su confianza a don Juan de la Cerda, yerno del finado don Alfonso Fernández, y lo puso por frontero cerca de Aragón. Hecho fuerte en Tarazona, abierta la guerra contra Aragón, a don Pedro le llegaron nuevas de cómo don Juan de la Cerda había abandonado su servicio por sospechas de las pretensiones del rey de tomar a doña Aldonza Coronel, su cuñada. De modo que fue rendido en Sevilla, con hombres que reunió el concejo por órdenes del rey. Doña Aldonza era mujer de don Álvaro Pérez de Guzmán, al que también don Pedro puso por frontero junto a don Juan de la Cerda. Y la mujer de este, doña María Coronel, acudió al rey, en Tarazona, pidiendo clemencia para su esposo, al que ya don Pedro había dado orden de matar. Sin embargo, a doña María Coronel entrega cartas el rey en las que insta a preservar la vida de don Juan de la Cerda, aunque bien sabe que cuando esa hermosa mujer llegue a Sevilla su esposo ya habrá sido ajusticiado. Quedó prendido el rey de doña María, a la que decidió engañar, para no contrariarla en su presencia, sabiendo que, de volverse a encontrar con ella, mejor sería tenerla por viuda en litigios donde el deleite de la carne hiciera de las suyas.

Antes, ya en Sevilla, a doña Aldonza Coronel, hermana de doña María, también la atiende el rey cuando le ruega que preserve la vida de su esposo, don Álvaro Pérez de Guzmán, que se fue a Aragón tras abandonar su puesto en la frontera, donde asimimo estaba por encomienda del rey. Doña Aldonza vivía en el convento de Santa Clara y allí la pretendió don Pedro, que no tuvo miramientos en tan sacro lugar. Si bien doña Aldonza puso cumplidos reparos y rechazó las intenciones del rey, lo cierto es que acabó aceptando, no de mala gana, afincarse en la Torre del Oro, con hombres de don Pedro que la protegían y preservaban, mientras el rey tenía a doña María de Padilla en el Alcázar de Sevilla, adonde ahora moraba don Pedro en el desahogo de la tregua.

Sostenía, en fin, un sabio judío de ese tiempo, la conveniencia de que los hombres, todavía más si son reyes, sean pagados de una sola mujer, que razones hay de sobra. Una es que el apetito carnal oscurece el entendimiento y nubla el raciocinio, por lo que pocas obras sensatas cabe acometer tras satisfacerlo. Pero el rey don Pedro no era muy dado a los proverbios morales de un rabino.

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