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Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

La plaga

Hablamos de una sociedad que confiere rango de revelación divina a lo que dicen las redes sociales

El escritor de ciencia-ficción estadounidense Kim Stanley Robinson publicó en 2002 una de las ucronías más brillantes que ha dado el género (con permiso de El hombre en el castillo de Philip K. Dick y En el día de hoy de Jesús Torbado), Tiempos de arroz y sal. En su novela, el autor proponía una resolución alternativa a la peste negra que asoló Europa en el siglo XIV. Si aquella plaga acabó con un tercio de la población del continente, Stanley Robinson invita al lector a imaginar qué habría sucedido si la peste se hubiera llevado por delante al 99% de los europeos. Así, a lo largo de varios relatos independientes ambientados a lo largo de los siete siglos siguientes, Tiempos de arrozy sal presenta un mundo en el que el cristianismo es una fe residual frente al apogeo del islam y el budismo, en el que el descubrimiento de América se da (bien entrado el siglo XVII) en circunstancias radicalmente distintas y en el que los logros científicos de la humanidad, desde la llegada a la Luna a la formulación de la Teoría de la Relatividad, se dan en un guión bien diferente del conocido. La tentación de propiciar un borrón y cuenta nueva absoluto en la Historia es suculenta, y ahora, con todo el jaleo del coronavirus, cabe preguntarse hasta qué punto estamos preparados para decir adiós a todo eso. Y, sobre todo, para afrontar los motivos.

Porque a lo mejor es necesario preguntarse a qué tipo de sociedad nos dirigimos cuando la propagación de una gripe (una gripe) considerablemente menos letal y dañina que la gripe común lleva a miles de españoles a dejar las farmacias sin existencias de mascarillas que, estrictamente, no sirven para nada. Y, bueno, creo que la respuesta es sencilla: hablamos de una sociedad muerta de miedo, temerosa, débil, supersticiosa, ignorante, barata, que lee la palabra pandemia y pierde en absoluto el control sin pararse a analizar qué significa eso. Hablamos, por tanto, de la sociedad idónea para los proyectos políticos populistas erguidos en la mentira, la misma que creerá a sus líderes a pies juntillas cuando hablen de invasión de inmigrantes y de inseguridad terrorista en las calles. Hablamos de una sociedad que confiere rango de revelación divina a lo que dicen las redes sociales, cuya causa no tiene ver con la divulgación del conocimiento (hace ya mucho que nos caímos de ese guindo), sino con el sensacionalismo primario a cambio de unos likes.

De modo que, por mucho que nos guste Kim Stanley Robinson, el borrón y cuenta nueva para nuestra especie vendrá mucho antes de la mano de la estupidez que de cualquier virus. Eso sí que es contagioso.

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