La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El plan Gigliola

La preparación de la Semana Santa se parece cada vez más a la de un partido de alto riesgo al que vayan 'hooligans'

Leo nuestro titular -"Riesgo de lluvia hasta el 43% en el estreno de la Semana Santa"- y me pregunto si a lo peor no es el plan Gigliola Cinquetti -"El periódico informó / que el tiempo cambiará / Hay nubes negras en el cielo..."- el que resuelva los problemas que plantea nuestra fiesta cívico religiosa que cada vez tiene menos de las dos cosas. También se le podría llamar plan Virgen de la Cueva o Casa Rubio. La lluvia como un Cecop infalible, supremo, inapelable. El aforamiento total. La seguridad absoluta. Ningún día ni al derecho ni al revés. Ni parones, ni rodeos que obligan a pasar casi por la estación de Córdoba para ir de la Catedral a San Lorenzo o por Zaragoza y la Magdalena para ir de la Plaza Nueva a la Campana, ni cofradías obligadas a asumir un horario de programación infantil, ni titulares como el que leí ayer en La Vanguardia -"Ayuntamiento, Estado, Junta y Hermandades abordan coordinación para Martes Santo": de milagro no participan también la OTAN y la ONU- o estos nuestros: "Mano dura para recuperar el pulso perdido", "El Cecop reforzará los dispositivos sanitarios en Puerta de Jerez y Arco del Postigo"…

Ya sé que una fiesta que ha excedido sus límites y evidenciado su vulnerabilidad obliga a las autoridades a tomar estas medidas. Por eso sospecho que más de uno respiraría aliviado si la lluvia le librara de esta responsabilidad. Porque los dispositivos de seguridad que la actual Semana Santa precisa se parecen cada vez más a los que exige un partido de alto riesgo al que acudan hooligans. Pocas fiestas multitudinarias había más seguras que la Semana Santa. Por lo menos la que he conocido desde los años 50 hasta 1999. Las primeras salidas solos hasta altas horas de la noche las hacíamos los chavales en Semana Santa, el primer amanecer que vivíamos en la calle era el del Viernes Santo, los padres no se preocupaban porque sus hijos salieran de pajecillos o de nazarenos. Y no era solo porque hasta 1975 el futuro desenterrado estuviera en el Pardo, sino sobre todo porque había un saber estar y convivir -eso que se dio en llamar cultura de la bulla- y menos gamberros que se sintieran impunes. Haberlos, los hubo siempre; y borrachos, y alguna bronca. Pero algo se quebró en la Madrugada del año 2000. Para siempre, réplicas incluidas. Lo expresó una nazarena aterrada por las carreras de 2017 que gritaba llorando: "¡Otra vez no, otra vez no!".

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