El centro de Sevilla se sigue vaciando de cines. Tras el cierre de las salas de Plaza de Armas ya sólo queda su vecino Avenida Multicines, las salas Alameda y el histórico y heroico Cervantes, el teatro más antiguo de la ciudad que ha quedado en pie -obra de Juan Talavera de la Vega inaugurado en 1873- tras el derribo en 1973 del teatro San Fernando justo cuando cumplía 130 años, y único cine histórico que ha logrado sobrevivir tras dedicarse exclusivamente a las proyecciones cinematográficas desde hace más de medio siglo.
Esta ciudad llegó a contar en el centro con doce salas de estreno -Coliseo, Llorens, Imperial, Palacio Central, San Fernando, Pathé, Villasís, Cervantes, Trajano, Álvarez Quintero, Rialto y Florida- a las que hay que sumar el cine Los Remedios, los modernos Azul, Fantasio y Corona, los que en distintas etapas pasaron de ser salas de reestreno a salas de estreno en el centro o los barrios históricos -Avenida, Regina, Apolo, San Vicente, Victoria, Bécquer, Andalucía o Alkázar- y muchos otros en los barrios dedicados a los reestrenos: Juncal, Nervión, Goya, Delicias, Lux, Emperador, Astoria, Felipe II, Heliópolis, Mayte, Rochelambert, Rocío, Esperanza, Bosque u Olimpia. En total entre 50 y 60 salas de las que tras el apocalipsis cinematográfico iniciado en los años 70 hoy sólo sobreviven tres en el centro y ninguno en los barrios (otra cosa son las multisalas insertadas en centros de ocio y consumo).
Si se supone que los cines y los teatros son equipamiento cultural podría hablarse, sin ser acusado de nostálgico, de retroceso; al igual que sucede con las librerías, de las que cada vez van quedando menos. Cambio de hábitos, nuevos modos de recepción de películas y necesaria adaptación a ellos, desde luego. Pero no por eso puede dejar de percibirse como empobrecimiento. Además de una importantísima pérdida arquitectónica de edificios sobre todo regionalistas y racionalistas en muchos casos de gran valor. Una ciudad de casi 700.000 habitantes en cuyo enorme centro histórico hay tres salas de cine, dos teatros (ambos de financiación pública) y dos o tres librerías es un poblachón. En 1950, con la mitad de población, el centro multiplicaba por mucho este exiguo número de cines, teatros (de gestión privada) y librerías. Curiosa forma de entender el progreso esta de vaciarse de librerías, teatros, cines… Y cafés, que tampoco hay que olvidarlos.
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