La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

La poca vergüenza y el desahogo del poder

La futura fiscal general del Estado será la voz de su amo, el bafle perfecto, el tentáculo de la Moncloa

Se precisa tener la habilidad tramposa de un trilero al mover los cubiletes ("¿Dónde está el garbanzo? ¿Dónde está?"), una rapidez para cambiar de criterio como la que tienen los manteros de cualquier gran capital cuando se acercan los policías locales, y el mismo desahogo del reventa que le coloca los tendidos de la plaza a los chinos diciendo que sólo dará el sol en dos toros, en el primero y el sexto, para colocar como fiscal general del Estado a una señora que hasta ayer mismo estaba calentando el sillón del despacho principal del Ministerio de Justicia. El poder se reviste demasiadas veces de un desahogo que no por conocido deja de llamar la atención. A Pedro Sánchez hay que reconocerle una tenacidad insólita para rehacerse después de que los suyos lo echaran por la puerta de atrás, como hay que reprocharle una falta de escrúpulos para mentir, hacer lo contrario de lo que dice y no guardar la más mínima ética ni estética a la hora de colocar a sus peones y alfiles a su servicio en las distintas instancias de los poderes del Estado. No todo lo que es técnicamente legal es ético. La próxima fiscal general del Estado será necesariamente la voz de su amo, el bafle perfecto, el perro guardián del cortijo, el tentáculo al servicio de la Moncloa en un despacho fundamental para que sea efectivo eso que se conoce como la separación de poderes. ¿Recuerdan cuando Susana Díaz colocó a un fiscal en el Gobierno en plena polémica de los ERE? Sánchez no tiene reparos en seguir a rajatabla el consejo de que en política conviene torear con tu cuadrilla. El primer gobierno de coalición de la democracia es poco serio, salvo algunos perfiles dignos de consideración, como los de la Calviño o Planas. Tiene demasiado tufo a asamblea de instituto y una querencia adanista que es temeraria. La maniobra de colocar a la señora Delgado en lugar de Segarra (víctima ahora del propio sectarismo del que ella hizo gala como fiscal jefe en Sevilla) es propia de naciones con un notable déficit democrático, lo que resulta altamente preocupante. Nos estamos acostumbrando a las ruedas de prensa sin preguntas, como ahora nos tendremos que tragar estos sapos más propios de telediarios de Bolivia, Venezuela o estados africanos. No se puede dudar de la legitimidad del Ejecutivo, pero sí se pueden y se deben fiscalizar sus acciones. Parece evidente que no nos aburriremos, que asistiremos demasiadas veces a una ristra de decisiones basadas en la demagogia, el descaro y la escasa vergüenza. Es lo que tiene esa ideología que sólo consiste en alcanzar el poder por el poder. Y una vez alcanzado mantenerse en él el festejo entero. Del primero al sexto toro.

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