La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El poder vertebrador de la ensaladilla

Existe un paraíso de las ensaladillas que ya no volverán como aquellas campañas con pegadas de carteles

La ensaladilla vertebra una sociedad. Al personal le gusta hablar del yantar. Hablar de la comida es una forma de escapar de otras realidades. En plena campaña electoral es mejor escribir y leer sobre la ensaladilla, debatir sobre la conveniencia del guisante y polemizar sobre terribles aderezos de zanahoria, vinagre de Módena o decoraciones de ketchup. Los políticos, en el fondo, hacen lo mismo que sus sufridos electores para sortear la incómoda realidad: hacen el papafrita jugando con una consola, se solazan en las marismas azules, pasean a caballo o lo hacen a pie por los cascos urbanos para entregar octavillas que habrán de morir en la primera papelera. Unos hacen el indio para no entrar en asuntos mollares, otros huyen del runrún electoral al dedicar su tiempo a leer sobre la ensaladilla. No hay color entre debatir sobre el aprovechamiento escaso que Andalucía ha hecho de los fondos europeos, el sueño recurrente de una autovía entre Huelva y Cádiz o el problema ferroviario de Granada, o hacerlo sobre cuál es la mejor ensaladilla o, ya que estamos en el noviembre de crisantemos, sobre cuáles son las que perdimos para siempre. Porque existe un paraíso de las ensaladillas que ya nunca volverán, como existían unas campañas electorales con pegadas de carteles a las doce de la noche o con esos vídeos caseros que se hacían los partidos minoritarios para los veinte segundos que se les asignaba en televisión "en cumplimiento de la ley electoral". La ensaladilla nos permite ser más felices. Hay una ensaladilla de barrio y otra de centro; ensaladilla tradicional o innovadora, de batalla o de gourmet, como hay una ensaladilla de patata congelada o de tubérculo cortado al instante. Mejor hablar y escribir de ensaladilla que prestar nuestro precioso tiempo a causas imposibles, como el verdadero debate andaluz que nos ponga la cara colorada por seguir siendo los últimos de la clase tantos años después de la muerte de Franco, ese hombre. La ensaladilla de siempre es el opio del pueblo de hoy, la anestesia que nos permite sobrellevar la primera de las muchas campañas con las que somos castigados con mensajes que reúnen los tres istas perfectos de la comunicación política: simplistas, reduccionistas y buenistas. Menos bombas y más pavías, dijo El Pali. Menos políticos y más ensaladilla. La ensaladilla es un regate en corto a la indolencia andaluza, es una forma de protestar sin daños a terceros, de soñar un mundo mejor, de evitar matracas y barrilas. Ensaladilla se come en toda España, nación de guisantes. No hay cosa peor que una mala ensaladilla, ni siquiera una plúmbea corrida de toros. Tal vez jugar con la consola o almorzar a pleno sol en El Rocío. No hagan el indio, coman ensaladilla.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios