la tribuna

Gumersindo Ruiz

Una política para la esperanza

DE los acuerdos del fin de semana entre los países de la Unión Europea me quedo con dos ideas. Una, que la preocupación principal ha sido por el corto plazo, por los mercados. El Fondo Europeo de Estabilidad Financiera podrá utilizar en algún momento sus cuantiosos recursos para comprar directamente deuda a los países, en vez de en el mercado como hace a veces el Banco Central Europeo; de esta manera se fija y controla un tipo de interés máximo para la deuda pública.

La otra, que se admite la posibilidad de que los bancos sean supervisados por la Unión Europea y, por tanto, que sea ésta la que aporte capital cuando los bancos lo necesiten. Con ser importantes estos avances, no se aborda con igual decisión lo fundamental, que es reducir el paro en nuestro país, pues el fondo de 120.000 millones para el crecimiento ya se acordó en noviembre del año pasado y tardará en producir efectos. Por tanto, la crisis, con sus secuelas de incertidumbre, desconfianza y malas expectativas, seguirá entre nosotros; la reacción favorable de los mercados será efímera y dentro de poco estaremos igual que antes.

La dificultad para interpretar lo que está pasando viene de mezclar cuatro problemas que no tienen soluciones independientes, y además no guardan un orden, sino que han de ser resueltos simultáneamente. El primero, por empezar por uno de ellos, es reducir el déficit público para no seguir acumulando deuda; puede lograrse algo reduciendo gastos y aumentando impuestos, pero lo único que valoran de verdad los mercados es una recuperación de la economía y del empleo, que favorezca la recaudación y quite la carga de 30.000 millones de euros que tenemos que pagar cada año a cinco millones de parados. El segundo es utilizar dinero público como capital para los bancos; pero los bancos españoles sólo estarán bien capitalizados si sus activos y préstamos inmobiliarios no siguen deteriorándose. La petición de ayuda por el Gobierno español de hasta 100.000 millones de euros sólo sirve para ir cubriendo pérdidas contables o reales de un sector inmobiliario cuyo deterioro debería tener un límite, una referencia (como se quiere hacer con el precio de la deuda).

Evitar que haya tanta diferencia entre los tipos de interés que pagan por su deuda los países del euro es el tercer problema. Es el más fácil de plantear, pero las intervenciones del Banco Central o el Fondo de Estabilidad serán inútiles si los desequilibrios reales entre los países siguen sin abordarse. El cuarto problema es el más difícil, el más importante, y el único que nos interesa a los ciudadanos; se trata de promover el crecimiento, crear trabajo, y proporcionar financiación a las pequeñas y medianas empresas y autónomos. Este problema se ha planteado mal a lo largo de la crisis, porque se esperaba que su solución viniera de los tres anteriores, o de reformas en los mercados, principalmente el de trabajo y el financiero, sin ir a la raíz de nuestra forma de producción, que no es capaz sin el sector inmobiliario de cubrir de manera estable y con trabajos bien remunerados las necesidades de empleo de nuestra economía, y las expectativas que se han creado a los inmigrantes.

Sólo el miedo ha llevado a los jefes de estado y gobierno de los países del euro a dar un mensaje que pretende ser tranquilizador. Ya se han empezado a cuantificar las pérdidas para Alemania por una caída desordenada de bancos y deuda pública. No olvidemos que nuestro principal acreedor es el Banco Central Europeo, que a su vez es deudor de las economías europeas. A Alemania le supone esta posición acreedora unos 700.000 millones de euros. Además, el 42% de sus exportaciones van al área del euro, y preocupa la caída del consumo por la debilidad de la demanda de los países en dificultades. Se ha calculado que una crisis bancaria y de deuda soberana, con un panorama de impagos de empresas, recapitalizaciones masivas bancarias, colapso del comercio y los efectos del pánico sobre el consumo y la inversión, podrían hacer desaparece el 25% del producto bruto alemán en sólo un año.

No se pueden pedir milagros en la política europea, con ideologías dispares dentro de los propios países, y coaliciones como en Alemania, donde los socios opinan de manera diferente sobre asuntos distintos. Una mayoría absoluta no significa hoy nada para un electorado que quiere soluciones tangibles, y no llamadas al sacrificio en nombre de una política que se ve tan cruel como inútil. La conclusión para mí más clara de esta cumbre europea es que a veces lo que no consigue la razón lo consigue el miedo; y como ha dicho Martin Wolf, "el pánico ha llegado a ser completamente racional".

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