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La esquina

josé / aguilar

La otra política que viene

NADIE sabe a ciencia cierta quién acabará ganando las elecciones. Los tres primeros espadas en liza andan tan cerca y el número de los votantes que se declaran indecisos es tan elevado que resulta una temeridad pronosticar un vencedor. Sí se sabe, en cambio, que el 20-D inaugura una nueva etapa política en España. Que casi nada volverá a ser como antes.

Ello es así, será así, porque el partido que gane dentro de dos domingos no sólo no lo hará con mayoría absoluta en el Congreso, sino que habrá de gobernar con el menor respaldo de votos que un partido en el poder ha tenido en España desde la llegada de la democracia. Ningún presidente ha habitado en la Moncloa disponiendo del 30% de apoyo electoral (o menos). Y eso es lo que pasará ahora.

Este nuevo escenario no supone una revolución en el ecosistema político español, pero sí un cambio sustancial que obliga, a su vez, a un cambio de mentalidad, actuación y cultura de los protagonistas. De todos. Se puede gobernar sin mayoría absoluta (la propia investidura es posible por mayoría simple de diputados), pero de otra manera. Pactando, negociando y buscando consensos en los asuntos importantes. Sin rodillo que valga, se imponen la mesa negociadora, el diálogo y las concesiones.

A los emergentes se lo deberemos. Si Podemos y Ciudadanos no hubieran surgido de las disfunciones y obsolescencias del régimen democrático y no hubieran arremolinado a tanta gente bajo las banderas de la regeneración, la transparencia y la honradez, los viejos partidos habrían seguido instalados en la cómoda alternancia hasta provocar la podredumbre final. Ciudadanos y Podemos han sido los anticuerpos generados por la democracia para detener su esclerosis y ganar una legitimación que las nuevas generaciones le regatean. Con toda razón, por cierto.

El horizonte -previsible- de un gobierno encabezado por el PP y sustentado de alguna manera por Ciudadanos (la gran coalición PP-PSOE tendría toda la lógica del mundo, pero todavía no somos tan europeos) obligará a las principales formaciones políticas a comportarse de modo distinto al que están acostumbradas.

El cambio será bueno para el sistema también por otro motivo: el gobierno minoritario que se forme, sea el que sea, deberá pactar con otro u otros partidos de carácter nacional. Se librará, pues, de caer en manos de los nacionalismos chantajistas.

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