El polvo de los sevillanos

Nos alegra que, frente al tiempo adverso, haya gente que quiera disfrutar de su polvo (litúrgico)

Habrá alguna que otra mente sofocada que pueda pervertir el título de la presente. No hablamos de gozosos polvos relacionados con la coyunda. Hablamos más bien del polvo de la carne yerta, el que nos recuerda, como advierte el Génesis, la condición del hombre: el polvo del que procede y el polvo de la tierra a la que ha de volver. Cierto es que el gran Luis Carandell, en su celtibérico libro Tus amigos no te olvidan, recogía el simpático epitafio hallado en el moridero de Málaga. "Yace aquí el polvo de mi amada, que lo tuvo magnífico en vida". Pero, como decimos, el polvo del que hoy hablamos es otro. Esto es, la brizna de ceniza que reciben los católicos al inicio de la cuaresma bajo un heraldo de humildad, muerte y penitencia. "Polvo eres y al polvo has de volver", recuerda el sacerdote al imponer el viático gris. Ingmar Bergman lo tradujo a su profano modo: "Se nace sin objeto, se vive sin sentido y al morir no queda nada". Silencio de la nada, silencio de polvo, silencio de huesos. Los restos de Miguel Mañara reposan en el presbiterio de la iglesia de la Caridad bajo una losa. En la fría piedra se lee: "Aquí yacen los huesos y cenizas del peor hombre que hubo en el mundo. Rueguen por él". El democrático lector podrá optar entre el polvo de la amada del túmulo malagueño o el polvo lóbrego y contrito de Mañara. Pero nos guste o no hoy toca escoger el polvo de la consunción, que es también el polvo de la Vanitas. De ahí el obispo saponizado del lienzo de Valdés Leal, con los simpáticos bichejos que recorren los ropones y la mitra del corrupto.

La ceniza ritual del miércoles le recuerda a muchos sevillanos que la cuaresma es como un relicario del tiempo. La Sevilla cofrade, a menudo tan cargante, atisba la Semana Santa. Las convocatorias de cultos de las hermandades empapelan las puertas de las iglesias con carteles de ribeteados marcos. Los que ya estuvimos muertos evocamos aquellos carteles ajados por la lluvia que se encolaban sobre las columnas con eslabones que bordean la catedral. Por entonces no lo sabíamos, pero el tiempo ya nos alcanzaba. Ahora vemos estos carteles de ayer y los de hoy, pero desde fuera. Quiere decirse desde fuera del relicario del tiempo. La nostalgia también es un país extranjero. La cuaresma, como víspera de nada, no nos dice nada. No habrá Semana Santa y no sabemos cómo se impondrá la ceniza con el rigor sanitario que exige la pandemia. Tampoco nos importa. Pero sí nos alegra que, frente al tiempo adverso, haya gente que quiera disfrutar de su polvo (litúrgico).

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