Cambio de sentido

Carmen Camacho

Una pregunta incómoda

NO quiero hablar aquí del "drama de los refugiados". No con ese nombre. Porque drama, en su primera acepción remite al teatro y connota a veces fatalidad. Me hace sentir espectadora. Y a los espectadores se nos permite conmovernos, nunca intervenir. Y porque refugiados lo son sólo porque buscan asilo, no porque lo estén encontrando.

No quiero volver a ver la foto del niño Aylan Kurdi, con su camiseta roja y sus zapaticos, escupido muerto a tierra firme por las olas. El homo videns, al primar lo visible sobre lo inteligible, la imagen sobre las mil palabras, se convierte en carne de manipulación. No hay fibra más sensible que las neuronas, a ellas convoco con estas palabras.

No quiero argüir que nosotros fuimos ellos, que miles de españoles estuvieron entre alambradas. No quiero ni pensar -no para compadecerme de los sirios que huyen- que Luis Camacho cruzó a Francia para no acabar como su hermano Manuel, fusilado en 1939 contra la tapia de la cárcel de Jaén, ya quisiéramos en mi casa saber por qué.

Ni quiero que me vengan con el argumento del miedo, del coladero de terroristas o demandantes ilegales de emigración laboral, ni con peligrosísimos perogrullos, mezquinos y populistas, tales como que recibiendo a los refugiados somos más bocas, y que para fatiguitas las de aquí. Ni con excusas tan escandalosas como que el Gobierno, como la decencia, ¡ay!, en este país está en funciones. Hay en España capacidad logística y de control, y conciencia y humanidad de sobra para albergar a muchas personas que quieren salvar a sus hijos de la muerte.

No quiero que me vuelvan a decir que el problema de los refugiados compete a la solidaridad, que es cosa en todo caso optativa y voluntarista. Existen unas convenciones internacionales en materia de derecho de asilo cuyos principios fundamentales están siendo vulnerados -o finamente postergados- por Europa y España en esta situación de urgencia humanitaria. En seis meses, nuestro país ha acogido a 18 refugiados. Europa, ya saben, ha blindado -Turquía mediante- el paso. La indolencia de los de arriba no inculpa a la sociedad civil. Tampoco nos exculpa, pues somos ciudadanos de un Estado y de una Unión de Estados fundados -eso dicen- en la voluntad de sus gentes, muchas de las cuales hoy día sentimos una profunda vergüenza. ¿Qué hacer?, es la pregunta. La Historia recordará al soberano pueblo español y europeo por su respuesta.

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