La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Objetivo, el Rey
La Virgen de la Presentación abre mañana las puertas del Adviento sevillano. Es un besamanos invariable desde hace muchísimos años, ajeno a modas, caprichos y mudanzas, siempre sobrio con la excepción del lujo del extraordinario manto juanmanuelino que para mí es el mejor que salió de su taller tras el de malla y el de tisú, su obra cumbre y última. La escenografía imponente la ponen el coro bajo de la parroquia de la Magdalena y la perspectiva, cuando se rodea a la Virgen y se la ve desde atrás, del manto rematado por la original corona de los aventadores ascendiendo hasta fundirse con la arquitectura de Leonardo de Figueroa, las pinturas de Lucas Valdés y Clemente de Torres y el gran retablo de Duque Cornejo.
No hay vista más bella e imponente en ningún besamanos. En él se funden la monumentalidad barroca tardía del templo terminado en 1709 y consagrado el 22 de octubre de 1724, la elegancia regionalista de Juan Manuel del manto que se estrenó el Viernes Santo de 1916 y, entre uno y otro, siempre como agobiada por tanta grandeza y belleza, la conmovedora modestia y la dulzura romántica de la Virgen de la Presentación, esculpida por Juan de Astorga entre 1834 y 1836. Las tres edades de oro de la imaginería sevillana y de la Semana Santa confluyen aquí. Cuando el templo se terminó aún vivía Antonio Ruiz Gijón, el último gigante de los imagineros sevillanos. Cuando se esculpieron la Virgen de la Presentación y el San Juan para situarlos a los pies del Cristo del Calvario conformando un Stabat Mater, empezaba a renacer la decaída Semana Santa en su nueva conformación romántica. Y cuando Ojeda bordó el palio y el manto estaba en su apoteosis la moderna reinvención regionalista de la Semana Santa.
Por su advocación, la Virgen de la Presentación representa, no a la niña que fue presentada en el Templo, por supuesto, pero sí una mujer muy joven, de dulce expresión poco dolorosa, como si su advocación aludiera también a otra presentación, la de su Hijo en el Templo, antes de que Simeón le anunciara la espada. No hay en nuestra Semana Santa dolor más dulce, lágrimas menos amargas y puñal que hiera menos. Como tampoco hay sencillez más tierna que la de esta Virgen que en su besamanos parece agobiada por la hermosa riqueza de su manto y en la Madrugada, ansiosa por volver a su casa. Dulce corazón de la severidad del Calvario es la Virgen de la Presentación.
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