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El presidente y Sánchez

No es ningún secreto el desprecio intelectual que, ya empezada la guerra, Azaña mostró hacia el catalanismo

Parece que el presidente Sánchez es un hombre posmoderno, una criatura líquida de Bauman, que no encuentra el menor reparo en promocionar sus talentos. Su reciente incursión literaria, considerada como una extensión más de su labor presidencial, no nos permitirá engañarnos. Antes que nada, el señor Sánchez es el representante indesmayable, entusiasta, obsesivo, del propio señor Sánchez. De ahí que se haya marchado al sur de Francia, donde tantos españoles lloraron su desdicha ("Hoy las nubes me trajeron,/ volando, el mapa de España", escribió Alberti desde la otra punta del mundo), para prestigiarse con el talento o la autoridad afligida de Manuel Azaña y de Antonio Machado.

Y es esta elección presidencial la que nos llena de una extraña melancolía. Si nadie ignora la opinión adversa que Machado expresó, por boca de Juan de Mairena, sobre los nacionalistas ("españoles incompletos, de quienes nada grande puede esperarse"), tampoco es ningún secreto el desprecio intelectual y el rencor político que, ya empezada la guerra, Azaña mostró hacia el catalanismo. Tanto, que habría decir que La velada en Benicarló, escrita en Barcelona 1937, responde a la doble intención de denunciar la deslealtad de la Generalitat, usurpando las funciones que correspondían al Gobierno de la República, como los numerosísimos fusilamientos que se produjeron bajo el Gobierno de Companys, en plena efusión catalanista. Si esto es así; si no hay nadie, a izquierdas o a derechas, que pueda contradecir esta vieja y gastada evidencia, ¿por qué el presidente Sánchez escogió visitar a dos hombres cuya opinión, sobre conocida, es abiertamente contraria a sus designios?

No se trata, por tanto, de especular sobre lo que hubiera hecho Azaña o lo que hubiera dicho Machado en la España actual. Se trata de recordar una opinión muy concreta, enunciada en una de las horas más dramáticas de España. Escribió d'Ors, en referencia a Sabino Arana, que "la música no se refuta". Y es esta prevalencia de lo musical, de lo lírico, tan grata al nacionalismo, la que repudiaron, con la razón y con los hechos, ambos escritores (recordemos que Azaña también lo era). Entonces, ¿en calidad de qué ha ido Sánchez a la tumba de ambos? Si es en calidad de escritor, tendría que haber asistido otra persona. Y si es en su condición de hombre de izquierdas -vale decir, contrario al nacionalismo-, el presidente era particularmente inadecuado. Uno sospecha, con pesar, que el señor Sánchez ha ido en calidad de Sánchez.

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