Nuevo Gobierno de Juanma Moreno

Un presidente con bulla

El presidente Moreno Bonilla ("Seguid llamándome Juanma") está generando ahora toda la expectación que nunca levantó en su particular travesía por el desierto. Su gran habilidad es ser ya para siempre el icono del cambio. Nadie se acordará de sus malos resultados electorales. Ha ganado el partido y da igual el estilo de juego, que haya sido de penalti o con un gol metido con la mano.

La estadística, la araña de Google y otros anales recordarán la masa que lo esperaba a la salida del Parlamento el pasado miércoles, o el besamanos de ayer en ese salón de usos múltiples, una estancia que recordaba al vestíbulo del Aula Pablo VI del Vaticano, donde los cardenales nombrados por la mañana se colocan por la tarde para recibir el ad calorem.

Con Moreno han llegado las bullas al Parlamento, han aparecido los cangrejeros en una ciudad experta en andar para atrás mientras mira de frente, hábil a la hora de girar a la derecha con el intermitente puesto a la izquierda... para disimular, catedrática en pedir a quien no debe y arrastrarse por donde antes escupía, desahogada para colocar velas en el altar que siempre dejó huérfano de oraciones.

Con Moreno se ha perdido la vergüenza de pedir, las criaturas están ávidas de cargos y no guardan ni la más mínima compostura, ni el menor disimulo, ni un atisbo de recato. La verdad es que si el presidente quisiera ir de romería exclusivamente con sus fieles, no tendría gente ni para alzar el simpecado. Está obligado a una suerte de ampliación de capital por una mera cuestión de necesidad. Tiene que buscar entre la bulla de parabienes, abrazos y esas manitas en las mejillas que le coloca todo quisque, que menuda manía la de tocarle la cara a la gente.

Debe ser -como todo- culpa de Javier Arenas, que inventó esa forma de saludo: apretón en la cara con los dientes apretados. Yo, de ser Moreno, haría como los críos gatunos y un punto desvergonzados después de recibir los besos sonoros de los mayores: limpiarme la cara rápidamente. Qué de besos se llevó ayer, qué ceremonia de la ojana, qué de gente creía en este hombre del chaleco sin mangas marca Uniqlo, qué de codazos y barbillas levantadas...

Un día le preguntaron a Carlos Herrera si temía por la falsedad de las felicitaciones tras el Pregón de Semana Santa. El comunicador respondió que le daba igual, que era consciente del ambiente artificial, pero dio una clave: "Es un rito que quiero vivir". Pues eso. Moreno ha vivido el rito, ha visto la gran bulla que ha despertado su designación. Y quizás entienda por qué es necesario el ad calorem tras el nombramiento, fórmula inventada por una Iglesia que es consciente de que conviene recibir calor antes de los días de frío.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios