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Ignacio Martínez

El pretendiente

RESULTA que Luis Pizarro, el número dos del PSOE andaluz durante media vida, dijo ayer en Conil que para él Manuel Chaves es el presidente de la Junta. Ha añadido que Arenas trata de calumniarle con infundios, pero no le llega en honradez a la suela del zapato. Y el secretario de los socialistas gaditanos, Cabaña, ha entrado al rebote. Para él Chaves ha sido el mejor, el más honesto y honrado de los presidentes de la Junta. Total, que el clan de Alcalá le ha dado una bofetada sonora a Arenas, en la cara de Griñán, a quien ningunea en presencia del vicepresidente, alabado como auténtico jefe de filas. No hay mejor manera de definir el síndrome del trono vacío que padece el partido que gobierna Andalucía desde 1982. Es la foto de la regencia.

De esta situación de interinidad, el mayor beneficiario es Javier Arenas, pretendiente a la Presidencia de la Junta en tres ocasiones sin éxito y escapado en cabeza en su cuarto intento. Pero su ventaja no se debe al entusiasmo que genera, sino al descrédito de sus adversarios. Además, da muy pocas señales sobre sus planes. Por ejemplo, si gobierna el PP anuncia menos consejerías, altos cargos y asesores, con lo que ahorrará unas decenas, quizá unos cientos de millones, cuando en realidad tendrá que hacer un ajuste de miles de millones. No se plantea en absoluto reducir o eliminar las diputaciones, ni el exceso de talla de los ayuntamientos, y sólo cabe inferir que le meterá mano a lo que él llama administración paralela de la Junta. Pero el pretendiente no está en esas cosas. Está de manera exclusiva en la regeneración democrática. Presenta pomposamente sin rubor decálogos éticos, que condenarían a su adorado amigo Paco Camps en Valencia.

No es el único, Izquierda Unida también se da golpes de pecho sobre su integridad sin fisuras. Los candidatos de IU se comprometen a dimitir si son imputados o procesados. Pero menos. Si Torrijos es imputado en Sevilla, se fuman un puro con el compromiso: el asunto no va con este, porque es inocente. Así está el patio. El regente ignorado por los suyos, el pretendiente exigiendo moral y ética sólo a los adversarios; la única minoría superviviente, silbando guarachas en los apuros. Y el personal, a la intemperie.

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