calle rioja

francisco Correal

El primero en La Campana

Rescoldos de una tarde de enero. La cabalgata de los Reyes Magos pasó por la calle Correduría (antes Doctor Letamendi), junto al bar La Duquesita (antes La Ilustre Víctima)

EL día de Reyes amaneció luminoso. Apenas había tráfico, pero un camión de los que en casa por su tamaño llamamos de Alcoy (abundan los procedentes de la localidad alicantina, la patria chica del futbolista Jorge Molina y del pionero de la Ingeniería Javier Aracil) entró por la Barqueta para atravesar toda Calatrava, la Alameda y Trajano. Me fijé en los datos del vehículos, Transportes García de la Fuente, con domicilio comercial en La Campana, municipio de la provincia de Sevilla. El primero en la Campana, pensé al asociar el pueblo con la rosa de los vientos de la Semana Santa. El pueblo a cuyo equipo de fútbol entrenó Rinat Dassaev. Imaginé que un camión tan grande venía a reforzar con género nuevo la planta de juguetes de El Corte Inglés después de la nocturna de Epifanía.

La noche del día 5 un hombre intentaba ayudar a los Reyes de Oriente en las peticiones de su mujer. Todas las tiendas habían cerrado. Sólo permanecían abiertos algunos de los puestos de artesanía navideña de la Alameda. La chica que atendía el de las piedras con propiedades mágicas es de Osuna y su próximo destino será un mercadillo de Córdoba. Estaba atendiendo a una pareja y a un cliente muy singular. Mientras ella preparaba los colgantes, él le dio detalles de su vida. Es sevillano, pero hace diez años se fue a vivir a las Canarias, a Tenerife, buscando un nuevo escenario donde vencer sus batallas con la droga y el alcohol. Aquí dejó su familia, incluidos un nieto y otro que viene de camino. Está viviendo en Tenerife y es entrenador de decatlón de discapacitados, una actividad que le gratifica a diario y una terapia con la que ha conseguido vencer un adversario contra el que todos los métodos se habían estrellado.

Cuando le tocó el turno, el hombre que sin prisa escuchaba la historia del que le precedía pidió una piedra que se asemejara a la malaquita. Lo más parecido, le dijo la chica, es la amazonita. El diminutivo agigantaba la sorpresa del regalo. Una piedra emparentada con el caudaloso río, con las hermosas mujeres que montaban sin brida a los caballos y que forman parte de las leyendas que cuenta Juan Gil en su trilogía del Descubrimiento. El entrenador de decatlón regresaba hoy a Canarias. En su trívium deportivo, nada, corre y monta en bicicleta. Versión masculina de aquellas amazonas que nunca debieron dejar el Mississippi.

Se van los camellos para Matalascañas, vuelven mañana los niños al colegio y los padres a la escuela de la vida. Dicen que el año es duro, rocoso, macizo. Piedras de tiempo que no vendía la chica de la tienda. Los Reyes Magos han hecho lo que han podido. Y Jesús Hermida ha vuelto a poner los pies en la luna con el rey de su generación. El camión de La Campana saldría por Alfonso XII. Un camión en día de Reyes. En un tiempo en el que se ven más aviones, pese al descenso del tráfico aéreo, que hormigoneras y camiones de obra. Vuelven los días lectivos con la agenda nueva. Y en la memoria el relato del Evangelio de San Mateo que parece escrito por Perrault, en el que Herodes quería que los Reyes Magos le regalaran el cuento de Caperucita para disfrazarse de la abuelita aunque fuera con un apaño de Pichardo.

La Cabalgata la vimos en la calle Correduría (antes Doctor Letamendi), junto al bar La Duquesita (antes La Ilustre Víctima), frente al balcón desde el que Rafael Ramírez, que está de cumpleaños en su puesto del mercado de la Feria, rociaba con confeti a los beduinos y una de las bandas proponía para la selección española un himno con letra para mayor gloria de Miliki: "¡Hola, don Pepito! ¡Hola, don José!"… Da igual Correduría, Cerrajería o Curtidurías. La onda expansiva del cortejo real se extendía por toda la ciudad. El sol ya se había puesto, la Cabalgata cogía por Trajano con preludios de Hiniesta o Lanzada y la Alameda parecía en el vaivén de gentes la aldea del Rocío la noche previa a la misa de romeros.

Había sevillanos que viven en Madrid que volvían para disfrutar de una de las grandes fiestas de la ciudad. Ramiro es biólogo, trabaja cerca de la Castellana en un centro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y vive en Alcorcón, a dos pasos del campo de fútbol. Vio la Cabalgata desde el balcón de su casa en la calle Feria, esa vía de carretas rocieras, de cuadrillas de costaleros y legiones de beduinos. Calle para la fiesta y para el trabajo, para la magia y la potagia, desde la que Estrella y Ángeles, la madre y la madrina de Ramiro, encuentran el justo colofón a su calendario de afanes. Con el último rescoldo de Baltasar, más que con las uvas del 31, empieza el año realmente. El equivalente a la Pascua Militar del televisivo monarca, que nació un día de Reyes con el regalo de una ciudad prestada, la particular huida a Egipto de sus ancestros, el abuelo exiliado de los hunos y el padre desterrado de los hotros, en el argot sarcástico de Miguel de Unamuno. A éste, en el nuevo aniversario de la muerte, lo despidieron unos cuantos incondicionales. Entre ellos, Juan Manuel de Prada, prosista de la generación del 27 (la edad con la que ganó el Planeta) y autor de una epopeya sobre la División Azul y la posguerra que me han dejado los Reyes. En un santoral de nombres para la familia en el que también están Harry Potter y Marcel Proust.

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