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la tribuna económica

Joaquín Aurioles

Es la productividad

SI la estabilidad presupuestaria no va a servir para impulsar el crecimiento ni la reforma laboral para crear empleo, ¿a qué viene tanta polémica en torno a estas cuestiones? Un mínimo de inquietud pedagógica habría permitido explicar que se trata de eliminar los obstáculos para que ni un sector público excesivamente endeudado ni una legislación laboral demasiado rígida retrasen la recuperación de la economía o frenen la creación de empleo, pero sobre todo para impedir que una situación como la actual pueda repetirse en el futuro.

La cuestión de fondo, sin embargo, es la productividad y el camino que parece haber elegido el gobierno es más sector privado y menos sector público y un mercado de trabajo que no discrimine en contra de los más débiles. Se dice que España es uno de los países donde más se trabaja, pero también donde la productividad es más reducida, lo que significaría que trabajamos mal. Según la OCDE, un trabajador español trabaja 1.674 horas al año, frente a las 1.564 del conjunto de la Eurozona, las 1.439 de Francia o las 1.408 horas de promedio en Alemania. En EEUU están un poco por encima (1.695 horas anuales), aunque lo relevante de los americanos es que en cada una de esas horas consiguen añadir 59 dólares al PIB, mientras que en España producimos 47,2 dólares, que también es inferior a los 49,7 de Francia, los 53,6 de Alemania o los 49,7 del conjunto de la Eurozona.

El problema se agudizó durante la década pasada, cuando la productividad crecía a un ritmo inferior al 1% anual, un 25% inferior a la media de la Zona Euro y la mitad que en EEUU. Sólo Italia estuvo peor, lo que podría haber justificado una llamada de atención desde la Unión Europea, puesto que este tipo de divergencia puede ser foco de importantes tensiones en el interior de una zona monetaria. Las advertencias vinieron después, con la presentación del plan Merkel para salvar al euro y la petición expresa al gobierno español para que incluyese la vinculación de los salarios a la productividad en su reforma laboral. Lo sorprendente es que España había conseguido, por esas fechas, invertir la tendencia y era uno de los pocos países de la zona que desde 2007 presentaba crecimientos positivos de productividad. Se trataba, sin embargo, de un espejismo, puesto que el crecimiento de la productividad española se estaba produciendo por el lado malo, es decir, a base de destruir empleo a un ritmo superior al que decrecía el Producto Interior Bruto (PIB), que era exactamente lo mismo que estaba ocurriendo en Grecia, Irlanda o Portugal. En el resto de la Zona Euro el esfuerzo por mantener el empleo daba lugar a un descenso de la productividad y al deterioro de la competitividad, circunstancia igualmente preocupante, aunque nada comparable con las alarmantes cifras de paro, que amenazan con tomar el relevo de la construcción, la banca o la deuda soberana como argumento central del siguiente episodio de la crisis en Europa. Quizás esto explique que Rajoy haya pedido expresamente a los interlocutores sociales acuerdos en materias tan cercanas a la productividad como el absentismo, la negociación colectiva o la formación profesional.

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