Aquellos profesores

Eran tiempos en los que hubo incluso eminentes catedráticos de universidad dedicados a la política

Los chavalitos de la nueva política ningunean todo lo de la Transición. Carecen de memoria, porque algunos no habían nacido y otros eran parvulitos. Como no vivieron la reconciliación de las dos Españas, las han vuelto a extremar. Y así estamos, discutiendo si son doctores o doctorandos, si plagiaron más de la mitad o sólo un poquito, si el master se lo regalaron unos amigos, o si algunos concejales terminaron Primaria. En verdad os digo que esto no pasaba antes, ni siquiera en el franquismo, ni en la Segunda República. Eran tiempos en los que hubo incluso eminentes catedráticos de universidad dedicados a la política.

Antes de la Transición, en el franquismo, ya había algunos intelectuales que intentaron la reforma desde dentro, como el profesor Joaquín Ruiz-Giménez. Después aparecieron ensayistas como Gonzalo Fernández de la Mora, para intentar demostrar que una dictadura podía ser una democracia orgánica. También los comunistas, siguiendo a Karl Marx, intentaron demostrar que la dictadura del proletariado era una democracia popular. A pesar de que hubo checas, purgas, masacres y demás.

En la Transición, la izquierda tenía a líderes como Enrique Tierno Galván, al que se conocía como el viejo profesor. Escribía bandos, lo que ahora sería dificilísimo para un alcalde. Otros profesores prestigiosos, como Gregorio Peces-Barba y Javier Solana, fueron ministros del PSOE. En UCD también los había, incluso como candidatos andaluces, casos de Manuel Clavero Arévalo y Jaime García Añoveros. Por citar sólo algunos, había muchos más.

De ahí se ha pasado al doctor Pedro Sánchez, que sólo ha plagiado un 15% de su tesis (es decir, 50 folios). O el doctorando Albert Rivera, que de tanto doctorarse, ha decidido suavizar el palmarés. O el remasterizado Pablo Casado, que no hizo amistades en las clases, pero sí con algún profesor.

Antes de Sánchez también había plagios. A un Nobel de Literatura, Camilo José Cela, lo denunció una señora gallega por plagio cuando ganó el premio Planeta en 1994 con La cruz de San Andrés. Y se rumoreó que el verdadero autor era un negro, que trabajaba como periodista en Madrid, y que Cela sólo escribió algunos párrafos para disimular, porque era como un juego.

El asunto se dirimió en los tribunales, que es donde se debaten los plagios. Pero aquí prefieren distraer a la gente, que ya confunde ciertas universidades con el patio de Monipodio de los pícaros.

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