Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Lo público y lo privado

No se trata ya de preservar la intimidad propia, sino que además hay que blindarse contra la ajena

El día que se explica en el colegio la diferencia entre lo público y lo privado es el día en que se bate el récord de absentismo escolar. Aunque está por ver que eso siga explicándose, si es que se ha explicado alguna vez. Creo que es más bien un asunto competente de los padres, de la familia, hacer discernir al individuo desde muy temprana edad qué es público y qué es privado, qué pertenece al ámbito de uno mismo y qué son la discreción, la mesura, la prudencia -es decir, la educación- y cómo es indispensable y obligatorio ejecutarlas cuando entramos en la esfera colectiva y somos uno más en lo que se comparte y se disfruta, y por lo tanto es algo de lo que uno mismo se responsabiliza en la misma medida que el resto, aplicando lo que se debió aprender en la escuela y en el hogar.

Pero basta un simple paseo por la ciudad para constatar con desazón que ese aprendizaje, si lo hubo, ha calado poco. O nada. Pues prefiere buena parte del vecindario apropiarse para su uso y esparcimiento particular del espacio público en calles, plazas, alamedas y parques como si se tratara de una terraza privada, de manera que para transitar o simplemente cruzar para pasar al otro lado por en medio de la zona acotada se necesita poco menos que un salvoconducto. Y aun así el permiso no está garantizado. Apartarse es un engorro para quienes han sentado sus reales. Ni siquiera tiene valor hacer la petición de paso con educación. No sirve. E intercambias la mirada con el tipo que se ha adueñado de la acera y descubres que vivís en mundos diferentes y deduces que el suyo está poblado de imbéciles… que están invadiendo el de los demás. Porque no se limitan a las calles, las plazas, las alamedas y los parques. La frontera entre lo público y lo privado ha saltado también por los aires en el transporte colectivo, en el mercado, en las salas de espera de los centros de salud y de los hospitales y en los cines y en los bares y hasta en los templos. Eso ha dejado de "ser nuestro" para "ser mío": sitios donde muchos hacen lo que les viene en ganas sin pararse ni una décima de segundo a pensar si está molestando.

Demasiada gente ve ya lo público como algo propio, algo suyo. Y es por eso por lo que hacen de esos lugares un escaparate impúdico de sus vidas. Y por eso no entienden que pueda haber alguien no ya celoso de su privacidad sino que sobre todo quiera blindarse contra la ajena, que no le interesa. Pues no se trata ya de preservar la intimidad propia, además hay que esforzarse en extender un cordón sanitario para evitar la infección que todos esos bocazas nos transmiten en la calle, el autobús, el bar, el ambulatorio, la oficina ¡y hasta en el vagón silencioso del AVE! con todo lo que hacen, piensan y les ocurre a diario. Porque no quedan hartos con las redes sociales. Esa exhibición les resulta insuficiente.

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