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Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

¿Se puede hablar ya?

Ha quedado claro el intento de la izquierda de patrimonializar el generalizado sentimiento feminista de las mujeres

El pasado 8-M, cuando salió en la redacción del periódico el monotema del día, un compañero sentenció: "Hoy, a los hombres nos toca guardar silencio". Le hicimos caso, porque somos conscientes de lo vana que es la argumentación cuando el ambiente está cargado de electricidad emotiva. Pero pasado ya el duelo nos atrevemos a pedir la palabra. ¿Se puede hablar ya? ¿Sí? Pues ahí va nuestra opinión de lo ocurrido estos días: las manifestaciones del pasado viernes volvieron a ser masivas, poniendo de manifiesto, una vez más, que eso que llamamos feminismo (una galaxia masiva y difusa de sentimientos, reivindicaciones y teorías socio-políticas que no siempre conviven en armonía) es una de las grandes fuerzas transformadoras del mundo actual, como en su día pudieron ser el antiesclavismo o la lucha proletaria para conseguir condiciones laborales dignas. El 8-M -sólo hay que ver las imágenes- va camino de convertirse en algo parecido al Día del Orgullo Gay, una jornada lúdico-reivindicativa en la que un sector de la sociedad históricamente postergado (quien lo niegue miente) se muestra en actitud carnavalesca para subrayar sus principales demandas. El feminismo, es evidente, nació y dio sus primeros pasos en las entrañas de la izquierda (con excepciones, claro está, como la falangista Mercedes Formica), pero ya ha pasado a ser un patrimonio común a la gran mayoría de las mujeres, independientemente de su ideología o condición social. Cuando hablamos de feminismo nos referimos a la reivindicación de la plena igualdad entre el hombre y la mujer en los ámbitos público y privado, no a esa maraña de extravagancias que van desde la petición de la castración universal a la reivindicación de la superioridad moral y ética de las mujeres (algo que la vida nos ha enseñado, sencillamente, que es una falsedad).

Sin embargo, el 8-M de 2019 ha dejado claro los intentos de la izquierda por patrimonializar un sentimiento que, como decíamos, es mayoritario. Sólo hay que ver el sonrojante grito de las ministras -"Frente a Colón, somos legión"- o el esfuerzo de políticas y periodistas progresistas por repartir carnés de autenticidad femenina. A nosotros, cuando pensamos en una mujer emancipada y libre, se nos viene a la cabeza Inés Arrimadas. Pero, según dicen, la política que se enfrentó en solitario al falonacionalismo catalán es una agente del capitalismo y el machismo. Al parecer, Begoña Gómez, la que consiguió su cargo en el Instituto de Empresa cuando su marido llegó a La Moncloa, es el verdadero ejemplo de mujer feminista.

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