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La tribuna

Enrique Esquivias

Por un puñado de votos

EN los últimos días se ha confirmado lo que empezaba a ser más que una sospecha en los últimos meses: el Gobierno ha retirado el proyecto de ley de reforma del aborto. A cambio, va a modificar, exclusivamente, la cuestión del consentimiento de las menores de 16 años, sin duda el aspecto más controvertido de la actual ley, y a desarrollar un -dilo tú que me da la risa- "plan especial de protección de la familia". A saber qué será esto.

En palabras de nuestro dilecto presidente, "no podemos tener una ley que cuando llegue otro Gobierno la cambie al medio minuto" y la retiran después de hacer "el mayor de los esfuerzos de que fue capaz para intentar llegar al mayor de los entendimientos posibles".

Con la retirada del proyecto, el señor Rajoy y su Gobierno han demostrado ser unos incumplidores de sus promesas; con las explicaciones posteriores, demuestran además, que también son unos hipócritas.

Respecto al primer punto, lo de no hacer una ley que cuando llegue otro la cambie, se ampara en un principio hermosísimo y al que debe aspirar todo gobernante y toda fuerza política, el consenso; sobre todo en cuestiones de calado, ya sea en materia de seguridad nacional, económica o de convicciones personales, como es este caso. Pero, qué quieren que les diga, el mundo es como es y no como nos gustaría cándidamente que fuera, y hay veces que se puede llegar al consenso y otras que no, como, por ejemplo, con la última reforma educativa, que no parece haberle preocupado mucho a este gobierno sacarla adelante, a pesar de la "amenaza" socialista de cambiarla cuando vuelvan al poder. Las mayorías absolutas sirven para gobernar, con consenso, si se puede, o sin él. Pero sobre todo deben servir para cumplir con los programas electorales porque, permítame que se lo diga, señor Rajoy, es encomiable querer llegar a políticas de consenso, pero mucho más lo es cumplir con el compromiso adquirido con sus propios electores, y ustedes, en su campaña, no dijeron que tratarían de llegar a una ley consensuada, sino que la reformarían si ganaban.

No menos sorprendente es la segunda explicación de la retirada, después de hacer "el mayor de los esfuerzos para un entendimiento". Pues, don Mariano, también se podía usted haber ahorrado el esfuerzo. Con quién pretendía llegar a un entendimiento, con el PSOE, responsable de la ley que querían ustedes tumbar, o con el resto de las fuerzas que están a la izquierda del PSOE y han dicho claramente estar en contra de su malograda reforma. Y vuelvo a lo mismo, ustedes se comprometieron a reformar la ley, no a hacer esfuerzos para convencer a nadie.

Tomada la decisión de incumplir lo que prometieron, creo que hubiera sido más digno, o al menos más sincero, reconocer que se echan atrás porque en sus filas no hay una mayoría clara que quiera la reforma.

A mi modo de ver, lo más grave de todo esto, que trasciende incluso del tema debatido, es que el partido gobernante ha demostrado carecer de principios y que por un puñado de votos cambia lo que haga falta. "Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros" (Groucho Marx). Es cierto que no es la primera vez que incumplen una promesa electoral, y no seamos ingenuos, no son los primeros en hacerlo ni serán los últimos, pero esta vez, la gravedad de la decisión radica en que no pueden achacarlo a circunstancias sobrevenidas, o a que nos lo marcan la Unión Europea y no hay otro camino, como estamos cansados de escuchar en las decisiones de índole económica que han ido tomando, contrarias a lo anunciado en campaña electoral. La razón, ahora, obedece a un simple y frío cálculo de posible pérdida de electores, según la decisión que se tome, olvidando cualquier atisbo de rectitud en lo prometido o fundamento ideológico en la decisión.

Es posible que con esta decisión el partido del gobierno gane y sean menos los votos que pierda que los que se le hubieran ido si sigue con la reforma adelante -ellos habrán hecho sus cuentas, conscientes de que para sus electores más indignados con la decisión no hay alternativas. Por supuesto gana la oposición, esta izquierda rancia que nos ha tocado en suerte últimamente, revestida de un feminismo pseudomoderno en este tema concreto, y que se sale con la suya a costa de una crisis del gobierno; mejor imposible.

¿Y quién pierde? Pues sencillamente los que creemos que el derecho a la vida del ser humano debe prevalecer sobre el derecho a no parir de su madre y lamentablemente, quienes echamos de menos un tiempo, no muy lejano, que la política, tanto en la izquierda como en la derecha, se hacía desde movimientos, conservadores o socialdemócratas, inspirados en principios humanistas.

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