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Por las ramas

Mientras jugamos a ser expertos botánicos, los graves problemas de Sevilla se ocultan detrás de un árbol

Una de las personas que se han subido al ficus de Triana para detener la tala

Una de las personas que se han subido al ficus de Triana para detener la tala / Juan Carlos Vázquez (Sevilla)

LA perspectiva cambia con la distancia. Y vista y leída la polémica de la eliminación del ficus de San Jacinto desde la costa, lleva a pensar lo fácil que es perderse por las ramas y olvidar lo troncal. 

Comprendo las posturas encontradas que perviven en este conflicto, quienes pretendían preservar la seguridad y la protección del patrimonio arquitectónico, encabezados por el Gobierno municipal de Antonio Muñoz, y quienes defendían el patrimonio natural en una ciudad que lleva lustros aniquilando sus árboles (con Juan Ignacio Zoido y con Juan Espadas, previamente, y con el alcalde actual también). 

A la decisión de mantener o arrancar este árbol se la ha elevado a cuestión capital, con una atención mediática que, a mi juicio, no se justifica siquiera por la carestía informativa agosteña. Y no es que no fuese noticia ni que el asunto mereciese atención. Es la dimensión que se le ha dado. Especialmente porque perdidos entre las ramas del ficus se opacan problemas que tienen mayor trascendencia. 

Sevilla sigue sucia, por más planes de choque y medios que se implanten. Y eso supone tanto que no se limpia lo suficiente como que no hay conciencia en la ciudadanía de que es necesario evitar ensuciar. Que no toda la culpa va a ser de Lipasam, aunque sí tenga la completa responsabilidad. 

Circular por Sevilla es un suplicio diario que va a más, plagada la ciudad de obras, algunas de las cuales están en el mismo estado en las que las dejamos cuando julio agonizaba entre olas de calor. La llegada de septiembre y el regreso a las rutinas del curso laboral y escolar sólo hará empeorar la situación, en la que un deficiente transporte público no ofrece alternativas suficientes al usuario. 

La presión turística no sólo no se ataja, sino que se incentiva sin límite. No hay día sin una noticia sobre un nuevo hotel, incluso destrozando también el patrimonio natural y la estética más reconocible, como ha pasado en la Palmera con mamotretos que se autorizaron como residencias de estudiantes y se anunciaban como hoteles. La paulatina expulsión de inquilinos del distrito Casco Antiguo avanza al mismo ritmo que se abren edificios reconvertidos en apartamentos para turistas, que son una fuente de ingresos que cuidar, pero no hasta el punto de erradicar la vida real de la ciudad. 

Mientras jugamos a ser expertos botánicos y nos perdemos en buenismos trufados de ideología, incluso hasta judicializar la política de jardines, los problemas de Sevilla quedan ocultos por un solo árbol que no nos deja ver el bosque.

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