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La tribuna

Jaime Martinez Montero

Otras razones del fracaso escolar

EXISTE una abundante literatura sobre las razones del fracaso escolar. No siempre las que se cuentan son las que mejor explican el fenómeno. Pero en muchas ocasiones la enumeración de esas causas nos pone en la pista de que no siempre se diagnostica bien el asunto y de que las alternativas que se proponen no están bien fundadas. No hace mucho tiempo una Tribuna publicada en este mismo diario podía ser un ejemplo de argumentos poco consistentes. Cuando tratemos de analizar por qué se produce el fracaso escolar, deberíamos evitar:

1. Echarle la culpa a los de abajo. Los docentes se ofenden mucho cuando, desde fuera del sistema, se dice o se insinúa que la culpa del mal funcionamiento de los centros escolares se les puede atribuir a ellos en mayor o en menor medida. Pero la realidad es que se hacen ellos mismos esta imputación. No se suelen quedar cortos los profesores de Secundaria sobre el lamentable estado en que les llegan los alumnos de Primaria. Y, naturalmente, los profesores universitarios se quejan amargamente del muy bajo nivel con que les llegan los bachilleres. No conozco que los arquitectos respecto a los aparejadores, los ingenieros respecto a los peritos, los médicos respecto a los enfermeros, los capitanes respecto a los tenientes, etc., practiquen esta especie de arte de sacudirse la responsabilidad endosándosela a los de abajo.

2. Sobrevalorar lo propio. Destaca siempre la escasa humildad de que se hace gala y el autobombo que se exhibe. Se trabaja muchísimo y muy bien, a un nivel imposible de superar. No se puede dudar de su formación como docentes cuando tienen un título universitario. En este caso, confunden lo que es un requisito previo o necesario con uno suficiente. También sobrevaloran la capacidad profesional de cada uno como ente separado. En este contexto hay que entender las reticencias al trabajo en equipo. Pero, ¿cómo se puede contraponer una cosa a la otra? Si cada uno, individualmente considerado, es muy valioso, más lo será si coordinan sus esfuerzos y suman sus capacidades en un proyecto común.

3. Presentar una realidad deformada para que cuadre son los argumentos propios. Los inspectores de educación no tienen buena fama en los institutos, y se dan por buenos comentarios que no tienen que ver con la realidad. Se contraponen los inspectores "maestros de Primaria y pedagogos", frente a "los titulados universitarios con oposición". Esto es, sencillamente, falso. No hay inspectores que no sean licenciados universitarios. Hay muchos inspectores maestros y pedagogos que entraron por oposición, y también los ha habido que siendo profesores de Secundaria han accedido a la Inspección a dedo. Por otro lado, es verdad que tenemos un modelo de Inspección bastante pintoresco, y que un funcionario de este servicio formado como maestro inspecciona institutos, pero también lo es que un profesor de secundaria supervisa escuelas de educación infantil.

4. Conspiración y conjura externa. Es bastante tentador pensar que hay una conjura o maquinación contra un colectivo, porque explica casi todo. Para ello, nada mejor que unir declaraciones aisladas, fuera de contexto, de políticos o politiquillos diferentes, para que el aspecto externo de la conspiración aparezca: nos han acusado de "incapacidad de trabajo en equipo", "de falta de formación", "de falta de vocación", "de ser unos reaccionarios". Cuando hablan bien de los docentes (los altos responsables, claro) hacen expresa referencia al maestro, y los comentarios negativos se acompañan de la palabra "profesor".

5. No aplicarnos a nosotros mismos lo que les recomendamos a los demás. Defienden en los centros que se debe trasladar la prueba de diagnóstico de 2º de ESO a 6º de la Educación Primaria, para establecer el nivel de aprovechamiento de los alumnos en esa etapa y delimitar así posibles culpas en los malos resultados escolares que se produzcan después. Aparte de que ya hay una prueba en 4º, ¿no exigen esos argumentos que también se aplique una prueba al terminar la ESO?

Cuidado con los tópicos. Sacudirse uno la culpa para echársela a los de abajo es algo bastante visto y que no cuela. Exagerar el valor de lo propio es lo contrario del mérito, que consiste en una atribución de valor por parte de los demás. Dar cuenta de los hechos de forma torcida con el fin de salvar el argumento está feo. Tampoco está bien practicar el refrán "consejos vendo y para mí no tengo". Finalmente, respecto al recurso de la conjura pensé que, como lo habían usado tanto en el antiguo régimen, había quedado sin vuelo y atrapado en el tiempo, como esos insectos intactos e inertes encerrados dentro de una gota de ámbar.

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