LA reunión del comité ejecutivo del Partido Popular valenciano que iba a consagrar al secretario regional, Ricardo Costa, como chivo expiatorio de los pecados colectivos de implicación en el caso Correa se saltó el guión previsto por la cúpula nacional del PP. El comité, presidido por Francisco Camps, asumió la propuesta de Costa: apartarse de la secretaría mientras se investiga internamente si se ha producido financiación ilegal del partido en relación con la trama corrupta.

Se comprende que a Mariano Rajoy no le haya gustado una "salida" a la crisis que deja intacto todo el potencial destructor que el caso Correa proyecta sobre su organización. Y se comprende también la resistencia de Francisco Camps a sacrificar a su número dos en la dirección del PP valenciano. Hace una semana le juraba que su confianza en él permanecía intacta y que si se viera obligado a prescindir de sus servicios también el presidente seguiría su suerte. "Si te vas tú, me voy yo", le prometió.

¿Por qué digo que se comprende su resistencia? Por dos motivos. El primero, porque Ricardo Costa no ha sido imputado en el cohecho que se le atribuía por el asunto de los trajes, se ha pagado de su bolsillo el coche de lujo que le ha retratado ante España y lo único que se le puede achacar, lo del reloj ostentoso que le regaló un ex alcalde del PP amigo suyo, podría atentar contra la estética y el buen gusto, pero no contra la ética ni contra la ley.

El segundo motivo es más relevante. Si Costa era sacrificado del todo, Camps se quedaba a la intemperie. Tal vez con la misma sonrisa amenazadora de congelación que se impuso hace medio año, pero sin defensa, sin peones a los que endosar las sospechas y algo más que las sospechas. Y con el peligro cierto de que el secretario general largue lo que sabe. Ayer mismo, horas antes de su cese temporal, empezó a largar. Su defensa constituye un ataque más o menos involuntario al presidente de la Generalitat: no fue él quien llevó a la empresa de El Bigotes a la Comunidad Valenciana (ya actuaba allí), nadie le avisó desde la dirección del PP de que no era de fiar y, sobre todo, él no ha dirigido ninguna campaña electoral en la región ni adjudica contratos de la Administración (eso lo puede hacer la Generalitat, o sea, Camps y sus consejeros). No fue Costa, sino Camps, quien le dijo a El Bigotes que "lo nuestro es muy bonito".

Ricardo Costa, un personaje auxiliar que ayer por la mañana supo defender sus razones ante la opinión pública -fue afortunada su idea de pedir disculpas por el tono de sus conversaciones telefónicas-, ha ganado esta batalla contra la dirección del PP y ha empeorado la ya desairada posición de Camps. Esto promete.

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