Confabulario

Manuel Gregorio González

P recampaña

EL indicio más obvio de que estamos en precampaña es que Montoro ha empapelado a Aznar. Y si no ha sido así, al menos ha permitido que lo creamos, filtrando su reunión con el ex presidente. Otros indicios son la dimisión del ex ministro Soria y el abrupto mutis del alcalde de Granada, acusado de un persistente lucro inmobiliario. También cabría considerar precampaña la visita de Pedro Sánchez a la Feria de Abril, junto a su inesperado silencio de última hora. En cualquier caso, la prueba definitiva de que se avecinan elecciones ha sido el extravagante posado de Pablo Iglesias para el magazine de La Vanguardia, exhibiendo la cabellera cual Sansón, e ignorando, ay, los peligros que encierra dicho mito judeo-cristiano.

Conocidos, pues, los resultados de las encuestas, al PP sólo le quedaba la baza de la regeneración, el señuelo de la limpieza, para presentarse ante el electorado como una formación honesta y aligerada de escombros. Si por el camino se pierde algún hermoso segundón (si por el camino se le ajustan las cuentas a algún viejo mandatario díscolo e importuno), eso es algo que cae dentro de la normalidad florentina y de la predación a oscuras de la política. El propio Pablo Iglesias, antes de postularse como icono sexual, ha cosechado algunas cabezas entre sus compañeros de bancada, sin que tal comportamiento le impida hablar del amor mientras se atusa el pelo. Y otro tanto podríamos decir del apretado minué que Pedro Sánchez y Susana Díaz llevan bailando desde que el PSOE se aproxima, vertiginosamente, a la irrelevancia política y a la minoría parlamentaria. Lo que parece claro, a todo trance, es que la accidentada agenda judicial del PP no es sólo fruto del azar o de las tareas policiales; también hay cierta predisposición interna que indica que ha llegado "la hora de los asesinos" (Rimbaud), y que de tales asesinatos políticos, de tan refinada mortandad, saldrá, probablemente, la configuración del próximo Gobierno de España.

Un Gobierno, por otro lado, que presidirá Rajoy, contra el pronóstico de buena parte de la prensa, así como de un sector del PP que ahora yace, inerte e inerme, en el olvido. Al final, don Mariano Rajoy ha resultado ser un delicado becqueriano que adjudica a los demás lo que el poeta escribía para sí mismo: "Donde habite el olvido, / allí estará mi tumba". Don Mariano Rajoy, a falta de inauguraciones, ha abierto un cementerio.

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