Cincuentaidós ediciones ya, cómo pasa la vida, de aquello que nació como sosias de la Oxford-Cambridge y el cielo se había llenado de luto por la ausencia de un ser irrepetible que nos había dejado cuando ya sonaban cornetas y tambores. Sevillistas y béticos remaban por la dársena a ver quién llegaba antes a la línea de meta, pero qué más daba quien fuese el ganador. En esta edición de la regata Sevilla-Betis, a manos de quién fuese a parar el cocodrilo era lo de menos y no es porque estemos apoyando la tesis perdedora de Coubertin. En el meollo de la fiesta estaba el dolor por la ausencia de José Antonio Muñoz, Anchoa en el mundo, un pilar indestructible para la prueba, sobre todo cuando la incuria de cierto personaje hizo que proliferasen los palos en sus ruedas. Y estaba el cielo lóbrego, como vestido de luto por el recuerdo imborrable del gran ausente.
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