LA revisión de las previsiones de la Comisión Europea sobre la economía española y los datos del desempleo correspondientes al mes de abril han vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre la intensidad y los plazos de la recuperación. Se trata de un debate inevitablemente politizado: el Gobierno tiende a ver la botella medio llena y hace profesión de optimismo y la oposición estima claramente insuficientes los signos de que la recesión ha terminado. Es lógico, porque del final de la crisis o de su alargamiento depende el escenario político nacional a medio plazo y, de algún modo, también los resultados de las elecciones europeas, convertidas en un auténtico test sobre la continuidad del PP en el poder. Es indudable que los datos del paro registrados en abril han sido buenos: tanto la caída del número de desempleados como el aumento de la afiliación a la Seguridad Social son enormemente positivos, incluso aunque contrasten con los arrojados por la Encuesta de Población Activa del primer trimestre -que refleja declaraciones de los ciudadanos, no registro efectivo de demandantes de empleo- e incluso teniendo en cuenta y descontando el factor estacional derivado de que en abril se ha celebrado la Semana Santa, con la consiguiente activación del turismo y la hostelería. Por su parte, la Unión Europea ha actualizado sus previsiones y en su nuevo pronóstico augura crecimientos de la economía española en 2014 y 2015 superiores a los previstos con anterioridad. Ha coincidido, pues, con el Gobierno en prever un ritmo de crecimiento más acorde con las necesidades y mejor orientado hacia la salida de la crisis. Pero aun así la Comisión no ha dejado de subrayar que el crecimiento va a resultar insuficiente para la creación de empleo y que, en todo caso, será un empleo caracterizado en general por la precariedad (en varios sentidos: más trabajos temporales que fijos, peor remunerados y más a tiempo parcial que a jornada completa). Puesto que el desempleo sigue siendo el problema número uno de España y sus consecuencias sociales resultan devastadoras, podría correrse el riesgo de que estemos avanzando hacia la recuperación económica global y, sin embargo, sigamos lejos de la recuperación de la cohesión social y el aprovechamiento de todos los recursos humanos y profesionales de la sociedad. En realidad, no habrá recuperación digna de tal nombre si el crecimiento augurado, del que hay síntomas evidentes, no va acompañado de la generación de empleo. Es lo que a la postre determinará el éxito o el fracaso de la política económica de Rajoy y, con ellos, buena parte de sus expectativas electorales en los próximos años.

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