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Un referéndum sin respuestas

Será más importante la actitud ante el resultado que el resultado en sí

CUANDO Martin Wolf, el economista jefe del Financial Times, se preguntaba hace unos días qué votaría en el referéndum si fuera griego, sopesaba las consecuencias de un o un no, y no encontraba una respuesta. El , aceptando las condiciones de la Unión Europea, supone, pese a que hay concesiones importantes desde la negociación inicial, condenar al país a cargar con una deuda que impide el funcionamiento de la economía e impone un coste social por generaciones. El no puede interpretarse de distintas formas, la más extrema sería un rechazo a la propia idea de la Unión Europea, lo que no parece estar en la mente de la mayoría de los griegos; y en una forma más suave, como una protesta ante la manera en que las instituciones europeas se están comportando con ellos.

Se ha hablado mucho sobre el entorno político e ideológico del comportamiento del Gobierno griego y el de los países europeos. Y se está extendiendo la opinión de que, suponiendo que buscaban un acuerdo, ambas partes han fracasado en su estrategia. Esto a futuro no es malo, porque no se considera ni mucho menos que el acuerdo es imposible, y fuerza a entenderse. Cualquiera que sea el resultado del referéndum, las negociaciones con Grecia pueden retomarse. Con el , la Unión Europea puede mantener su postura y flexibilizarla con un calendario, para que los efectos negativos sobre la población no sean tan crueles. Con el no tampoco habría una brecha insalvable, pues lo que separa en el papel a ambas partes no es muy significativo. Otra cosa son las interpretaciones que quieran hacerse sobre el resultado del referéndum.

El y el no, no abren o cierran por sí mismos salidas a la crisis, y las respuestas al día siguiente dependen de la voluntad de dar soluciones dignas y eficaces a la crisis

Es fácil entender que no puede reducirse el referéndum a valorar si el IVA es unos puntos más elevado, y a qué afecta, o si la edad de jubilación es mayor o menor, y en cuantos años se llega, entre otras cuestiones de las que tampoco sabemos qué efecto van a atener en la economía, ni cuándo. Lo importante a futuro es considerar otras cuestiones de envergadura que afectan al volumen de la deuda en relación a la economía. El crecimiento previsto para 2015 de Grecia es de 1,4%, en línea con la media de la Unión Europea, aunque con precios en negativo; tiene superávit de exportaciones sobre importaciones, 2,7% del producto, también en línea con la Unión Europea; y el Estado ingresa más que gasta, sin contar el coste de la deuda (a diferencia de la mayor parte de países europeos, entre los que destaca España, con el mayor déficit público de la Eurozona). Estos datos se ensombrecen con un paro del 25,6%, que no se ve forma de reducir significativamente en años (España está en el 22,7% y la media del Área del Euro es 11,1%).

Esta situación es difícil de mejorar si no entra en la negociación un cambio en la deuda que Grecia tiene con su principal acreedor que es la Unión Europea; y el Banco Central Europeo se olvida de las garantías para dar liquidez a Grecia, igual que ha venido haciendo con ella y con todos los países que lo han necesitado, sobre todo nosotros, en estos años de crisis. Cuando son los países los que se deben entre ellos, y no a particulares, la negociación no tiene que ser tan dura. Alemania es un país con tradición de impagos a lo largo del siglo pasado, y al que las exigencias por parte de los países europeos llevaron a una situación social y política extrema; sólo el impago de la deuda, la ayuda norteamericana después de la II Guerra Mundial, y los inmigración de países como España, le permitió evolucionar hasta ser una potencia económica. Con el tema de Grecia se habla menos de otra crisis de deuda como es la de Puerto Rico, de 72.000 millones de dólares, que es una quinta parte de la griega, pero significativa en relación al problema que un impago supone, pues la deuda sí está repartida entre fondos de inversión y ahorradores. En una situación de este tipo no cabe sino buscar una solución para que se puedan alargar plazos, reducir intereses y hacer alguna quita; y exigir que arregle su economía, contando con apoyos de la nación. Esto es lo que se está planteando el Congreso de los Estados Unidos, para dar una salida a este estado asociado.

La restricción de liquidez a los bancos y la intranquilidad que esto causa es un riesgo considerable para que la situación evolucione favorablemente.

La parte más dramática del referéndum viene por las limitaciones para disponer de dinero de cuentas bancarias, que ha llenado de zozobra a la población. Desde hace tiempo se advertía que el Banco Central Europeo (BCE) podía restringir la liquidez a los bancos griegos, limitada a unos 89.000 millones de euros, para que hicieran frente a salidas de efectivo, que han ido aumentando por el miedo ante la falta de acuerdos. Aunque las empresas no necesitan disponer de billetes para efectuar el pago entre ellas, el problema de la liquidez es gravísimo, pues limita la capacidad de gasto y puede afectar, si se prolonga, a las empresas. Y también a los bancos griegos, poniéndolos en riesgo de falta de solvencia, y con ello a los bancos de países con los que están relacionados como, por ejemplo, los turcos y los de Europa del Este. En el caso del sí en el referéndum, el BCE con seguridad se sentiría cómodo proporcionando liquidez, pero en el caso del no no sabemos cuál puede ser su reacción mientras se llega o no a un acuerdo. Pese a todo lo que se ha hablado, la Unión Bancaria todavía no es clara y efectiva en la resolución de bancos con problemas en la zona del euro.

La nota frívola de la crisis la ponen los mercados de capitales, acciones y bonos de deuda. Los inversores que miran al largo plazo no tienen por qué intranquilizarse, ya que los efectos son limitados, en un mercado con tendencia alcista. Sin embargo, es un terreno ideal para los especuladores, que tratan de anticipar movimientos en relación con posibles situaciones sucesivas de miedo y esperanza. Hasta ahora los efectos se han hecho sentir en Bolsa, aunque no de manera espectacular, pero no tanto en la deuda pública y privada. Sí hemos visto subidas de tipos de interés, que han sido rápidamente limitadas por la intervención del BCE, un trono que no va a dejar en mal lugar a los dóciles políticos europeos. Ahora más que nunca los países europeos hacen piña y se refugian en una institución que pone intereses insignificantes a sus deudas, influye en el euro para poder exportar más y que venga el turismo, proporciona liquidez ilimitada, y compra todos los meses 60.000 millones de euros de deuda pública y privada.

Sea cual sea el resultado del referéndum, no va a suponer por ahora la salida de Grecia del euro ni de la Unión Europea, que como dice en su blog Martin Armstrong, es el Hotel California de la canción del grupo Eagles, donde puedes coger una habitación fácilmente, pero no dejarla. Los Eagles es un grupo antiguo -los escuché en los años setenta en Oakland, actuando como teloneros de Emerson, Lake and Palmer-, y su atractivo, como el de California, ya no es el que era. No sabemos qué ocurrirá dentro de unas décadas con Grecia, con la Unión Europea, y donde estaremos cada uno; pero lo que vemos con cierto desencanto es que cuando hay un problema se le dan largas, se entierran sus raíces con documentos y tecnicismos, y no se ofrecen soluciones a lo que una vez se concibió como una Europa de los pueblos.

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