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La tribuna

Jesús Cruz Villalón

¿Otra reforma laboral?

RESULTA bastante habitual que, a resultas de las crisis económicas que provocan la correspondiente destrucción de empleo, se alcen inmediatamente voces reclamando la necesidad de acometer reformas profundas de la legislación laboral, como si dicha normativa fuera la responsable de los males que nos aquejan, al mismo tiempo que se supone que el Boletín Oficial del Estado posee un valor mágico que nos cura de todos los males. Por contraste, resulta paradójico que en paralelo a nadie se le ocurra que a cada crisis haya que poner en cuestión nuestra legislación mercantil reguladora del concurso de acreedores, cuando las empresas no pueden hacer frente a sus deudas por insolvencia y, mucho menos, proponer que la solución se encuentra en reducir las cargas empresariales sobre la base de dejar de pagar las deudas que tengan pendientes.

Por el contrario, cuando hemos experimentado una larga fase de intenso crecimiento del empleo desde mediados de los años noventa hasta el presente a esas mismas voces no se les ha ocurrido afirmar que ello se debía al modelo laboral existente. Desde finales de los años setenta a cada crisis de empleo le ha sucedido la correspondiente exigencia de efectuar una modificación de nuestra normativa laboral, sobre la presunción de que ello resolvería los problemas de nuestro mercado de trabajo.

Muchas de las reformas que se han acometido en el pasado han tenido unos resultados muy positivos en diferentes frentes, siendo ello hoy en día reconocido por los principales protagonistas de nuestras relaciones laborales, sin perjuicio de que también haya que reconocer que en algunos aspectos también se han provocado efectos contraproducentes y en otros casos la ambición en los cambios ha resultado modesta y podría haberse ido más lejos aún.

Venimos de una reforma muy reciente, en 2006, por lo que lo razonable es esperar para ver sus resultados materiales en el medio plazo y, sobre todo, a que los interlocutores sociales asimilen sus consecuencias, reflexionando acerca de los nuevos frentes a acometer. En todo caso, lo que no puede pensarse es que esto de las reformas laborales es como un chicle que se puede estirar y estirar sin fin.

Lo decisivo es que en esta ocasión nos enfrentemos a una crisis donde el modelo laboral no es lo más influyente, ni mucho menos. Por el contrario, si alguien ha colaborado en que se haya producido a lo largo del tiempo una notable contención de la inflación, han sido los acuerdos interconfederales celebrados entre las organizaciones sindicales y empresariales más representativas, que desde la implantación del euro han contribuido decisivamente a un crecimiento moderado de los salarios; por ello, el actual repunte inflancionista en modo alguno es achacable a lo pactado en los convenios colectivos.

Por encima de todo, la clave de esta crisis se encuentra en la evolución de la economía y en nuestro singular patrón de crecimiento. Los problemas derivan de factores estrictamente económicos, sean de carácter externo o interno. De naturaleza externa, básicamente el encarecimiento de los precios del petróleo, el alza correlativa del coste de las materias primas, particularmente de los alimentos, así como los efectos perversos sobre la confianza en el sistema financiero derivados de las hipotecas basuras en Estados Unidos. De carácter interno, en función de la excesiva concentración de nuestro crecimiento en el sector de la construcción y una perceptible debilidad del desarrollo de los sectores tecnológicos, de la innovación y del conocimiento.

En esa medida, los esfuerzos y las políticas a desarrollar deben centrarse en esos frentes; entre otros, la superación de la fuerte dependencia energética exterior de nuestra economía por la vía de la intensificación de la producción nacional por las fuentes de producción más razonables, la reorientación de nuestro patrón de crecimiento hacia actividades de mayor productividad basadas en la sociedad del conocimiento, el reforzamiento de la competitividad de las empresas, incluida la liberalización de actividades aún pendientes.

Todo lo anterior no quiere decir que nuestra legislación laboral y, particularmente, nuestro sistema de negociación colectiva no esté reclamando adaptaciones y correcciones en algunos de sus elementos. No cabe la menor duda que una y otra presentan ciertos cuellos de botella, si bien lo más importante es que ello se aborde con la suficiente serenidad y rigurosidad, en todo caso que no resulte contaminado con las presiones derivadas de la necesidad de superar la actual crisis que vivimos.

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