Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

El refugio de los débiles

SI la celebración esta semana del Día de Andalucía ha servido para algo más que para proporcionar un festivo y su consiguiente puente, ha sido demostrar que los tiempos que vivimos no son buenos para la épica. El Gobierno andaluz, en el que la cuota de Izquierda Unida cada vez tira con más fuerza y hace valer sus estrategias con más contundencia, se apuntó al discurso poco meditado de recuperar los espíritus fundacionales del 4 de diciembre de 1977 y del 28 de febrero de 1980 para convertirlos en una especie de dardo contras las políticas del Gobierno de Mariano Rajoy. El magro resultado del intento fueron las desvaídas manifestaciones celebradas en las calles de las principales ciudades, con la de Sevilla encabezada por todo un vicepresidente de la Junta; el acto del Teatro de la Maestranza, del que cabe esperar poco, pero que este año dio aún menos -salvando, claro, la emotiva interpretación de un magnífico Antonio Banderas-, y el desdibujado Pacto por Andalucía, que nadie sabe en qué va a terminar, pero cuyas trazas no auguran precisamente un éxito fulgurante.

Todo esto pasa porque, una vez más, el discurso oficial va por un sitio y el real, por otro bien diferente. El real lo reflejaba con una claridad meridiana el Barómetro de opinión pública realizado por este grupo editorial que ustedes han visto reflejado nuestras páginas en los últimos días. Lo que viene a decir este sondeo, que no se aleja mucho de otros dados a conocer durante los últimos meses, es que aquí el problema no es si es Griñán o es Zoido o si la culpa de todo la tiene sólo Rajoy o la comparte con Zapatero, ni tan siquiera si la solución es austeridad para después crecer o si hay que poner ya en marcha políticas de crecimiento para impedir que el paro se desboque aún más. No; el problema es que aquí ya nadie se cree nada y que se ha roto el vínculo de confianza entre administradores y administrados, que era el cemento que de alguna forma cohesionaba el sistema en el que hemos vivido en las últimas décadas. El desapego a los políticos y a todo lo que representan se ha traducido en una desconfianza absoluta hacia las instituciones, por la sencilla razón de que unos y otras han dejado de ser útiles y de ofrecer respuestas. El caso de la Corona es, por su simbolismo y por lo que representó en la construcción democrática, el más paradigmático de ellos. Miren en nuestra página web los datos de ese sondeo de Commentia y verán cómo la ruptura de ese vínculo le da caracteres dramáticos al panorama social de nuestra comunidad y cómo reconstruirlo, recuperar de alguna forma la confianza en nosotros mismos y en el sistema, es una necesidad más que urgente. La salida sólo puede venir con soluciones y eficacias. La épica, el envolverse en la bandera y en la sacralización de las efemérides sólo puede ser, como el patriotismo mal entendido, el refugio de los débiles.

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