LA reconquista de París por parte de Rafa Nadal tiene una lectura que va mucho más allá del simple hecho de haber levantado por quinta vez la Copa de los Mosqueteros. El partido de ayer frente a Robin Soderling cierra un torneo mágico en el que el español no cedió ni un set para hacerse con el triunfo, algo único. Además, completa una temporada de tierra soberbia, con triunfos en Montecarlo, Roma, Madrid y, al fin, París.

No obstante, el quinto título del mallorquín en Francia y su regreso al número uno de la clasificación del tenis mundial significa que Rafa Nadal ha vuelto mucho más fuerte de lo que se fue, mucho mejor tenista de lo que era y mucho más maduro como jugador y como persona. Basta repasar los números de este año para comprobar que el bajón físico y anímico de la pasada temporada le ha servido para reinventarse como figura histórica del tenis.

Después de caer en París el año pasado, el mallorquín pasó sin pena ni gloria por la temporada por culpa de sus rodillas y de su estado anímico. No acudió a Wimbledon, pese a que defendía título, cayó en semifinales del US Open frente a Del Potro y su única alegría fue la Copa Davis ganada por España. Se tiró cuatro meses sin ser capaz de ganar a nadie que estuviera en el top-ten.

Tras la tempestad y el abandono en cuartos de Australia, 2010 nos trajo al nuevo Nadal. Semifinalista en los dos Masters 1000 estadounidenses en cemento, Indian Wells y Miami, y absoluto dominador de la parcela central de la temporada, la de tierra, ganando todo lo que ha jugado. Ahora, pleno de confianza y montado en su número uno, afronta Wimbledon y atacará después el único grande que le queda por morder, el US Open. Lo conseguirá o no, pero lo que ya ha demostrado Nadal es que ha vuelto para quedarse y más fuerte que nunca. Su afán de superación le ha devuelto mejor de lo que era, lo cual no deja de ser la mejor noticia deportiva para España en lo que llevamos de año.