En el reino de los sueños

Lo increíble es comprobar cómo ha calado en sus mentes el ver en España la raíz todos sus males, reales o fingidos

Algunos periodistas, sobre todo corresponsales extranjeros, han publicado entrevistas con personajes presentes en el núcleo duro de las barricadas catalanas. Algunas mujeres respondían que esperaban gracias a este radicalismo "llevar a cabo la revolución feminista", otros jóvenes confiaban que su resistencia "provocará la caída del sistema capitalista", otros pensaban conquistar "un mayor grado de igualdad". Entre sus palabras siempre figuran este tipo de reivindicaciones. Y si les pregustaban por su demanda de independencia para Cataluña, la respuesta era idéntica: "España es la causa de que estas aspiraciones no progresen". España, siempre España, es la madrastra culpable que corta alas y reprime deseos. Pero lo sorprendente no es tanto esta ingenua esperanza de encontrar, bajo los adoquines, el sueño que cada uno lleva dentro; lo increíble es comprobar cómo ha calado en sus mentes el ver en España la raíz todos sus males, reales o fingidos. Y más increíble aún es comprobar que, mientras esta mentalidad se fraguaba, España vivía de espaldas al triste papel asignado por los manipuladores del nacionalismo catalán. Porque quienes tenían la obligación de evitarlo -los dos grandes partidos constitucionalistas- aceptaron, ciegos y sordos, los interesados votos del secesionismo disfrazado. Hay que reconocer que la jugada, por parte de estos últimos, fue maestra, pero no debería olvidarse que aquellos pactos trajeron estos lodos. Cada gramo de poder para gobernar en Madrid fue comprado al precio de dejar una parte de España en manos exclusivas del fanatismo independentista.

Sorprende también que entre los enmascarados portavoces de estos enfrentamientos ni una sola vez se hable de la corrupción nacionalista, ni de las mafias familiares, encabezadas por los Pujol, que tanto han traficado con sus mordidas mientras que, con golpes de pecho, exaltaban el santo nombre de Cataluña, a la vez que esparcían por doquier el odio a España. A estos jóvenes han logrado convencerlos de que el enemigo siempre está fuera. Tardarán, pues, en percibir que no encontrarán sus sueños levantando adoquines contra otros ciudadanos. Y más cuando actúan amparados por una causa tan rancia y unas ideas tan reaccionarias como las del secesionismo catalán. Por eso, hay que apesadumbrarse por este resurgir de barricadas decimonónicas, pero también emprender una ofensiva ideológica y un rearme moral que saque a relucir cuánto de generoso, diverso, solidario y liberal encierra ese hogar de convivencia común llamado España.

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