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José Aguilar

El remedio y la enfermedad

NO son pocos los economistas que, ante la dureza de los ajustes que la política de la ortodoxia está imponiendo con creciente intensidad en todas las naciones desarrolladas, se preguntan si no va a ser peor el remedio que la enfermedad.

Esto significa, hablando en plata, que se cuestiona públicamente si con tanto recorte y tanta austeridad -justificados por la dimensión del endeudamiento y la consiguiente inestabilidad financiera- no acabaremos pagando con muchos sacrificios nuestras deudas, sí, pero falleciendo de inanición.

El colega Alejandro Bolaños ha dado cuenta en la competencia del informe mundial sobre salarios elaborado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Según la OIT, el crecimiento del salario real -descontando la inflación- en los cuatro primeros años de la crisis, de 2008 a 2011, ha pasado del 3% anual al 1,2% el último de los años citados, el pasado. Y si se saca del cómputo a China, el avance salarial global se queda en 0,2%, prácticamente nulo. No digamos ya si la mirada se dirige hacia el ámbito al que pertenece España, el de los países desarrollados: los salarios reales bajaron un 0,5% en 2011, y todo apunta a que en este ejercicio en el que estamos la tendencia se extremará.

En España, como en otros sitios con elevados niveles de déficit y deuda externa, se están aplicando auténticas políticas de devaluación moderando los salarios, o directamente reduciéndolos, para ganar en competitividad y tratar de salir de la crisis mediante el aumento de las exportaciones. Ahora bien, ¿qué pasa si este incremento de las exportaciones derivado de la recesión de los sueldos no da para compensar la caída del consumo interno que ésta trae también aparejado? Sin mantener o mejorar el poder adquisitivo de los salarios millones de asalariados no podrán adquirir nada. Ni los parados ni los trabajadores en precario están en condiciones de reactivar la economía con sus consumos (de sus ahorros ni podemos hablar).

El mismo servicio de estudios de la OIT deja claro que en lo que llevamos de siglo XXI la productividad laboral media en las economías desarrolladas ha aumentado -supongo yo que por las innovaciones tecnológicas y la mejor preparación del trabajador- el doble que el promedio de los salarios. La crisis está trayendo, en todo caso, una menor participación de las rentas del trabajo en los ingresos nacionales y una mayor participación de las rentas del capital. Seguro que cuando salgamos de la crisis, que saldremos, se habrá consolidado el empobrecimiento relativo de la mayoría. Otro precio que habrá que pagar.

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