Trinidad Perdiguero

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Una residencia en Cazalla de la Sierra

El desafío de la lucha contra la despoblación está en los pueblos que todavía no se han vaciado

No creo que haya muchos temas de debate en Cazalla de la Sierra que logren tanto consenso como la necesidad de contar con una residencia de mayores. La ha tenido durante más de 40 años. Era de la Diputación, en un viejo edificio cedido por el Ayuntamiento, pero cerró en 2015. No superó una auditoría sobre las condiciones que debía tener por la normativa. La adaptación era costosa y compleja y estas administraciones aducen que no pueden construir otro centro, por las competencias que delimita la Ley de Racionalización y Sostenibilidad Local. El Ayuntamiento anunció que sacaría a concurso una parcela para que una empresa privada invirtiera en un asilo a cambio de gestionarlo y con el compromiso de la Junta de concertar plazas. Se habló de una inversión de 2,5 millones.

Así lo han ido trasladando a la Plataforma Pro Residencia de Mayores que se constituyó en el municipio y que ha sido muy activa: ha recogido firmas, se ha manifestado y llenó los balcones de pancartas de color amarillo. Pero nada se ha concretado hasta ahora, en lo que es un ejemplo de la dificultad de llevar de la teoría a la práctica esa lucha contra la despoblación rural y la necesidad de atraer inversiones que generen trabajo y expectativas en los pueblos, algo en lo que todos los partidos están de acuerdo ahora.

El desafío no está ya en esos pueblos vaciados del todo de la Meseta, sino en los que todavía hay gente y gente que quiere habitarlos, como ocurre en Cazalla. A más de 77 kilómetros de la capital, ni su proyección histórica, ni el turismo por el parque natural o su riqueza agroalimentaria han evitado que baje de 5.000 vecinos. Ha perdido el 5% de su población en una década. En 2018 fallecieron 56 personas, nacieron 38 aún siendo "cabeza de partido judicial", como les gusta recordar a los veteranos.

Cuando se habla de infraestructuras contra la despoblación, se piensa en carreteras, trenes, escuelas o polígonos, no en residencias de mayores. No hay que llamarse a engaño: los vecinos que ahora están luchando por ese centro lo hacen porque ven a su pueblo como el lugar adecuado para el ciclo completo de sus vidas. Y es importante que no dejen de pensarlo.

Conozco cómo funcionan las residencias en los pueblos. Forman parte de la ruta cotidiana para muchas personas, no sólo para familiares de residentes: otros mayores visitan a antiguos vecinos, algo importante para los que siguen en sus casas porque hay una soledad que no cubre la teleasistencia ni la ayuda a domicilio. Siguen el particular calendario local, con comidas o meriendas especiales en días señalados. Su pulso es el pulso del pueblo, un respiro para familias cada vez más pequeñas y que no pueden dedicarse sólo a cuidar de los suyos.

Supongo que la solución para casos como éste o cualquier otro servicio en un pueblo pequeño está en la escala, en las condiciones para una inversión que nunca tendrá la misma demanda y rentabilidad que en la ciudad, pero que es igual de necesario. Hay que darle una vuelta y que no cunda la sensación de que se van perdiendo cosas. Ahí está el reto político y de gestión.

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