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Puntadas con hilo

María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

El reto de las dos Sevillas

Sevilla peca de ser una ciudad vulgar, porque se opta por el bloqueo para que nada cambie...

Lo difundía estos días un joven sevillano en las redes sociales. A través de un mensaje daba las gracias al empleado de Lipasam que le devolvió a su hermano la cartera con todo el dinero para pasar las Navidades que había perdido en la calle. Eran las cuatro de la madrugada cuando el trabajador llamó a su puerta y, tras rechazar cualquier recompensa, se despidió con una sonrisa y el deseo de unas felices fiestas. El relato, que algunos bautizaron como un precioso cuento de Navidad, es un gesto que, de seguro, se repite a diario de manera anónima en una ciudad que, probablemente como otras muchas, se salva por su gente. Su buena gente.

El joven hacía mención a @RetoLipasam, que es una iniciativa puesta en marcha por la empresa municipal para llegar a toda la ciudadanía de un modo participativo y lograr un objetivo común: conseguir que Sevilla sea la ciudad más limpia. En definitiva, limpiar la capital y, de paso, la imagen que también proyectan sus empleados, víctimas también del descrédito que azota no sólo a la clase política, sino también al trabajador público, de las administraciones y de prácticamente todos los servicios.

Allí donde hay corrupción o mafias... también hay buena gente. Y, a veces, cuesta incluso darlo por hecho. Recientemente un taxista (otro gremio vapuleado) me comentaba sorprendido cómo una señora mayor se había montado en su coche para pedirle, sin saber qué dirección darle, que la llevara a cobrar un cupón premiado. Y se maravillaba incluso de la fe ciega que la agraciada depositó en él.

Si la esperanza en el otro se pierde, ¿qué queda? Tener esperanza no es sinónimo de tener felicidad, pero sí de estar seguro de que siempre se puede vivir mejor. Y luchar por conseguirlo. Eso es lo que intenta Lipasam y, por extensión, el alcalde, el gobierno municipal a diario. Es su desafío.

Es curioso que el mismo sevillano que se cree el ombligo del mundo sea el que se queje del estancamiento de la ciudad. Hace unos años, un ex alcalde, el más megalómano que la ciudad ha tenido, me comentaba que Sevilla era una ciudad vulgar, decadente, donde las estructuras se bloquean continuamente para que nada cambie. O cambie poco. Y eso es lo peor que le puede pasar a una gran ciudad. Cotizar a la baja. Como él me decía, la culpa no es sólo del gobierno municipal, sino de todos. ¿Cómo? Sevilla, históricamente, se hace grande cuando se vuelca hacia fuera. Aprueba con nota los grandes desafíos. Ocurrió en el 92, por citar un ejemplo claro... Pero cuando se encierra en el ombliguismo... no hay nada que hacer. Es su gran pecado.

Me consta que alcaldes como Juan Espadas comprenden esta situación e intentan poner remedio. Uno de sus retos hace cuatro años era volver a poner a Sevilla en el mapa. Y pasos se han dado, es justo reconocerlo. Pero la ciudad necesita que la agiten un poco más, mejor, de abajo hacia arriba. Para ello hace falta que el sevillano, o algunos de ellos, confíen en ellos mismos.

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